miércoles, 29 de junio de 2011

LOS PINTORES TAMBIÉN MUEREN (10): Paul Klee

 Pintura de Paul Klee

Paul Klee falleció el 29 de junio de 1940 en Locarno-Muralto, quedando incumplido su deseo de verse convertido en ciudadano suizo. Falleció cuatro años después de habérsele diagnosticado esclerodermia progresiva, tiempo de convalecencia en el que fue visitado por artistas como Picasso o Kandinsky. Su hijo, Félix Klee, ordenó grabar en la lápida de su padre aquellas palabras en las que había expresado su filosofía:
"Soy incomprensible del lado de acá.
Vivo igual de bien entre los muertos
que entre los nonacidos.
Algo más cerca del corazón de la creación
que lo ordinario.
Pero todavía no suficientemente cerca."
Seis años después de su muerte, tras fallecer su esposa, sus cenizas fueron trasladadas al Schosshaldenfriedhof de Berna.

 Pintura de Paul Klee


Paul Klee

lunes, 27 de junio de 2011

ELLA Y EL TIEMPO



Observo dos fotografías en la que aparece ella, tan guapa como siempre y subida a una bicicleta. Son unas fotografías que le hice en el año 2001. Estábamos entonces de vacaciones en París y a ella se le antojó pasar el día en Versailles. Allí estuvimos, asombrados contemplando el palacio, y sus jardines, y sus estatuas, y sus fuentes, y sus arbustos cuidadosamente podados, y todo aquello que, hace unos siglos, estaba a disposición de la ampulosa realeza francesa. Tras comprobar la inmensidad de los jardines desde las escaleras del palacio, ella sugirió alquilar unas bicicletas y recorrerlos pedaleando. Así lo hicimos, aunque no fuimos capaces de recorrerlos en su totalidad; aquello es un inmenso laberinto en el que fácilmente podría uno darse de bruces con el Minotauro. Lo más  extraño fue el hecho de encontrarnos perdidos en los jardines por los que, a veces, imagino, Luis XIV y sus amantes paseaban y reían, y, de pronto, no ver a nadie, tan sólo ella y yo pedaleando por un prolongado camino con árboles a cada lado. Como si el tiempo se hubiese parado a nuestro alrededor.

Han pasado 10 años de aquel paseo por Versailles. El otro día ella sugirió ir al cine y allí nos reencontramos con el palacio y sus jardines. Nos los encontramos viendo Midnight in Paris, la última y genial película de Woody Allen. Película en la que el protagonista se encuentra en París y viaja en el tiempo con una naturalidad inusitada. Siente uno tras ver la película que lo de viajar en el tiempo es cosa fácil, que codearse con Scott Fitzgerald, Hemingway o Gertrude Stein nada tendría de extraño si uno se pasea por París a medianoche.
Al abandonar el cine fuimos conscientes de que también nosotros habíamos viajado en el tiempo galopando sobre unas bicicletas de alquiler por los jardines de Versailles; sólo que nosotros viajamos en el tiempo tan sólo durante un par de minutos, un par de minutos que no fueron suficiente para cruzarnos con nadie de aquella otra época. Pero al menos conservo esas fotografías de nuestro viaje en el tiempo. Me pregunto a cuantas personas les habrá pasado algo parecido y nunca lo sabrán.  


sábado, 18 de junio de 2011

LOS PINTORES TAMBIÉN MUEREN (9): Giorgio Morandi

Pintura de Giorgio Morandi 


18 de junio, Giorgio Morandi
Tras un año de enfermedad febril, Giorgio Morandi falleció el 18 de junio de 1964 a la muy respetable edad de setenta y tres años, rodeado de las botellas y recipientes que retrató una y otra vez, sin el menor descanso, a lo largo de su vida.


Pintura de Giorgio Morandi 


Giorgio Morandi

jueves, 16 de junio de 2011

B L O O M S D A Y




James Joyce visto por Eduardo Arroyo


James Joyce visto por Brian O´Toole


James Joyce visto por Guy Davenport


James Joyce visto por Jacques-Emile Blanche


James Joyce visto por Jack Coughlin


James Joyce visto por Luis Blackaller


"Mar, viento, hojas, trueno, aguas, vacas mugiendo, el mercado de ganado, gallos, las gallinas no cantan, las serpientes sisssean. Hay música en todas partes."
James Joyce, Ulises

lunes, 6 de junio de 2011

LOS PINTORES TAMBIÉN MUEREN (8): Yves Klein

Pintura de Yves Klein

6 de junio, Yves Klein (1928-1962)

De un día para otro, como si de una iluminación se tratase, Yves Klein cambió el deporte por el arte. Se había dedicado hasta entonces a las artes marciales y de pronto le dio por dedicarse a las artes pictóricas. Se dedicó a la pintura los últimos ocho años de su vida, esos últimos ocho años en los que inhaló diariamente los productos químicos con los que pintaba y que fueron los causantes del ataque al corazón que le llevó a la tumba.
Poco después de su fallecimiento, nació su único hijo.


Pintura de Yves Klein

Yves Klein

sábado, 4 de junio de 2011

LOS PINTORES TAMBIÉN MUEREN (7): Jan Lievens

Pintura de Jan Lievens



4 de junio, Jan Lievens (1607-1674)

Jan Lievens sufrió graves dificultades financieras al final de sus días, debido sobre todo a que su prestigio como pintor, tras una época de gran notoriedad, fue decayendo a medida que gran parte de sus obras eran erróneamente atribuidas a otros maestros holandeses. Se le atribuían especialmente a Rembrandt, con quien colaboró y compartió estudio en la década de 1620, y a quien, al final de su días, Jan Lievens odio como nunca antes había odiado a nadie.
Tras su muerte, acaecida el 4 de junio de 1674 en Ámsterdam, su familia evitó reclamar cualquier herencia por temor a las deudas.




Pintura de Jan Lievens


jueves, 2 de junio de 2011

CONTRA LA AMISTAD



Si el tema viniese a cuento y alguien me lo preguntase, me atrevería a decir que el poeta Eustaquio Farfallán es mi mejor amigo. Aún atreviéndome a decir esto, me atrevería a decir además que Eustaquio Farfallán no me cae bien, y cada vez que le veo me cae peor.
Considero que Eustaquio Farfallán es mi mejor amigo ya que, además de conocernos desde la infancia, hemos compartido a lo largo de los años numerosas situaciones personales, un sinfín de confidencias y nuestro desmesurado amor por las páginas web dedicadas a la vida y obra de Frank Sinatra. Me atrevería a decir, incluso, que siempre nos hemos llevado bien y nunca ha existido entre nosotros la menor aspereza. No creo que nadie me conozca mejor que Eustaquio Farfallán y que nadie conozca a Eustaquio Farfallán mejor que yo. Pero esta circunstancia no evita que, desde hace unos años, cada vez se me haga más cuesta arriba quedar con él una vez a la semana. Antes me parecía el tipo más gracioso del mundo, ahora sus chistes se han transformado en burdas bromas sin la menor gracia. Me atrevería a decir que no le soporto; no soporto su sonrisa, su tono de voz, sus gestos, esa manía suya de asentir sin ton ni son… no soporto, en definitiva, nada que tenga que ver con su persona. Me atrevería a decir que Eustaquio Farfallán ha cambiado en los últimos años, que no es el mismo ni por asomo, que fue abducido por alguna nave extraterrestre, que es en realidad un ser de otro planeta que ha suplantado a mi mejor amigo. Y en el fondo sé, aunque me duela reconocerlo, que el que ha cambiado he sido yo. Pero eso es lo de menos, otra historia, sin el menor interés. El problema reside en que no sé cómo deshacerme de Eustaquio Farfallán, cómo evitar esos encuentros a los que me veo obligado a asistir cada tarde de cada jueves, el día de la semana en el que compartimos una hora de nuestro tiempo, charlando y tomando unas cañas, siempre en la misma cafetería del centro de la ciudad. Alguna vez he inventado alguna excusa ausentándome así de nuestra cita semanal, pero no sé cómo cortar el asunto por lo sano, cómo dejar de ver a mi mejor amigo para siempre. Me gustaría olvidarle, perderle de vista, no volver a saber nada de mi mejor amigo durante el resto de mis días. Cuando se acerca una nueva cita, un nuevo y fatídico jueves, ideo siempre una manera para decirle que no podremos volver a vernos. La cosa nunca pasa de ahí, apunto la idea en una libretita y después no se la comento. Construyo siempre cada idea de tal manera que mi confesión no le haga daño, que no refleje mi descomunal antipatía hacia él. Pienso en decirle, por ejemplo, que tengo demasiado trabajo. O que estoy muy enfermo y me queda poco tiempo de vida. O que me he echado novia. Precisamente eso es lo que hice el año pasado, me eché novia durante tres meses, tan sólo para distanciarme de Eustaquio Farfallán. Se llamaba Mari, una mujer sosa y malencarada que no me atraía ni lo más mínimo. Fue la excusa perfecta para huir de mi mejor amigo durante una temporada en la que, lejos de su compañía y junto a una mujer a la que no amaba, me sentí el hombre más feliz sobre la tierra. Aquello no duró demasiado, enseguida Mari desapareció de mi vida, y me vi abocado a nuevas citas con Eustaquio Farfallán. Fue entonces cuando empecé a tener un sueño repetitivo, un sueño en el que acudo al entierro de mi mejor amigo. No es un mal sueño, nada tiene que ver con una pesadilla, es en realidad un sueño placentero, alentador incluso. Aparezco siempre silbando y sonriendo  mientras echo paladas de tierra al agujero en el que descansa el cuerpo sin vida de Eustaquio Farfallán. Cuando la tierra cubre todo su cuerpo, me despierto sintiendo un desasosiego feroz al comprobar que todo aquello que he soñado nada tiene que ver con la realidad.
Escribo todo esto un miércoles por la noche, escuchando My way de Frank Sinatra y temblando al pensar que mañana he de acudir, una vez más, a una cita con Eustaquio Farfallán. Anoto en mi libretita una nueva e inútil idea para acabar con esta maldición:
Idea nº 216
Contarle que el médico me ha dicho que tengo el colesterol por las nubes. Que debo hacer deporte. Que, a partir de ahora, todas las tardes de la semana, sin remedio, deberé que acudir al gimnasio.