martes, 30 de julio de 2013

MALDICIÓN DE VERANO



Maldición de verano

Hacía un calor insoportable. En cuanto el sol se ocultó, abrí todas las ventanas de par en par. Poco después preparé la cena y, mientras lo hacía, se me quitaron las ganas de cenar. Antes de acostarme me asomé a la ventana del dormitorio. Enseguida llamó mi atención un hombre tumbado en la acera, estirando su brazo bajo mi coche. Supuse que se le habría caído algo e intentaba recuperarlo. Tras medio minuto así, por fin se levantó y pude reconocerle. Era un vecino del edificio en el que vivo, un hombre de unos ochenta años con quien había tenido una acalorada discusión el día anterior. Pronto abandonó el lugar y entró en el portal. Me tumbé en la cama e imaginé al vecino octogenario colocando un artefacto explosivo bajo mi coche. Tardé en dormirme más de una hora. Por un momento pensé en vestirme y bajar a la calle. Con esa idea en la cabeza, caí en la duermevela. Por la mañana enseguida recordé al vecino tumbado en la acera, estirando su brazo bajo mi coche. Me duché y desayune con rapidez; me quemé la lengua con el café, lo dejé a medias. Una vez en la calle, me arrodillé en la acera y miré bajo el coche. Había una paloma muerta y, junto al ave, un calcetín roto. Sin poder hacer nada por evitarlo, me acordé del pintor Antoni Tápies.


viernes, 19 de julio de 2013

MI GRAN MESITA DE NOCHE (20) Algunos libros para atravesar el verano


1. La soledad del lector, de David Markson (La Bestia Equilatera, 2012)
2. Un sendero nuevo a la cascada, de Raymond Carver (Visor, 2001)
3. Entender el cómic, de Scott McCloud (Astiberri, 2007)
4. Durero, texto de John Berger (Taschen, 1994)
5. Campo Santo, de W.G. Sebald (Anagrama, 2010)
6. El Libro de los Vivos, Juan de Madre y Tislit er-Rbia (Sloper, 2011)
7. La insólita reunión de los 9 Zacarías, Colectivo Juan de Madre (Aristas Martínez, 2012)
8. Presencia Humana (Nueva literatura extraña), Varios autores (Aristas Martínez, 2013)


miércoles, 10 de julio de 2013

IMPERTINENCIA FOTOGRÁFICA

Fotografía de Miyazaki

En Barcelona procuro mantenerme alejado de ciertos lugares. Por ejemplo de los lugares turísticos (que van en aumento y están cerca de conquistar la ciudad). Por ejemplo de Las Ramblas. Me molestan sobre todo esos cientos de turistas que lo fotografían todo sin llegar a ver nada. Da igual que se trate de una asquerosa paloma o de un maldito mimo, la cuestión es apretar el disparador una y otra vez, sin descanso. No lo soporto. No soporto tener que lidiar con mil y un objetivos mientras camino por la calle. No soporto imaginar que aparezco en fotografías que nunca veré. A veces me tapo la cara con la mano simulando rascar mi entrecejo, aunque con frecuencia lo que hago es mirar hacia otro lado otro lado cuando veo que una cámara apunta hacia donde me encuentro. Pero esto no sirve de mucho. Mira uno para otro lado y, allí, en ese otro lado, aparece enseguida un nuevo turista apuntándote con otra maldita cámara. Aunque suene disparatado, creo que deberían prohibir llevar cámaras a los turistas. De la misma manera que en el salvaje oeste el sheriff exigía a los forasteros entregar sus armas para entrar en el pueblo, en Barcelona las autoridades deberían hacer acopio de cámaras fotográficas en el aeropuerto y las estaciones. Hablo de las autoridades sanitarias, esas que tanto advierten para otras cosas y olvidan la salud mental del ciudadano que sale a pasear y se encuentra con toda esa impertinencia fotográfica campando a sus anchas. Para poder utilizar una cámara de fotos en Barcelona, debería uno llevar empadronado en la ciudad varios años o mostrar alguna acreditación como fotógrafo profesional. Los turistas que fuesen cazados haciendo fotos serían multados al instante, aunque las fotos las hiciesen con un teléfono móvil. No habría excusa. No debería haber flexibilidad con esas normas. Para mí, todos esos turistas con sus cámaras de fotos están a la altura de las personas que no recogen las heces de sus mascotas y te obligan a caminar esquivando esas apestosas minas. En última instancia, como escarmiento para turistas reincidentes, podrían ser azotados en algún lugar público y, en casos extremos, utilizar incluso alguna de aquellas antiguas máquinas chinas de tortura para hacerles entrar en razón de una vez por todas.

St. Sebastian, pintura de Antonello de Messina