domingo, 26 de octubre de 2008

Como ramas de robles centenarios



Esta semana he de renovar mi documento nacional de identidad. Para ello necesito entregar varias fotografías de tamaño carné. Así que ayer me dejé caer por una tienda en la que realizan este tipo de fotografías al momento. El fotógrafo era un tipo cuarentón y arrubiado. Tras contarle lo que quería, me dijo que me sentase en un taburete situado ante una enorme lona blanca. Después, con gran amabilidad, me dijo que sonriese, que no estuviese tan serio. Me dijo que sonriese mientras él me sonreía.


Sentado en el taburete, tras un par de flashes, me dio por pensar en Max Aub y su libro Crímenes Ejemplares. E imaginé entonces que me levantaba y me dirigía hacia el fotógrafo. Al principio ponía cara de ¿A dónde irá este? Pero entonces su mirada se fijaba en la cuerda que colgaba de mi mano izquierda y, con horror, comprendía que quería estrangularle. Poco después intentaba zafarse de mis manos y de la cuerda, que apretaba con saña su cuello. Por un momento estaba a punto de conseguirlo. Pero en ese instante yo le soltaba un rodillazo en la entrepierna y sus fuerzas se desinflaban como el vientre de una mujer que acabase de dar a luz. Se desinflaban hasta morir.


Lo maté por decirme que sonriese, que no estuviese tan serio. No tenía derecho a hacerme aparecer en una fotografía con una expresión que no se correspondía, para nada, con mi estado de ánimo de aquel momento. Obligándome, además, a mostrar mis dientes torcidos como ramas de robles centenarios.





(Escena de la película La soga, de Alfred Hitchcock)


1 comentario:

entrenomadas dijo...

No te quejes, a mi siempre me dicen ¿quiere cambiarse el flequillo al otro lado?, o eso de ¿a lo mejor debería peinarse un poco?
Y es entonces bajo esta sobredosis de preguntas gilipollas cuando se me queda una cara de ídem que no veas.

Debería haber una ong para combatir tanto desatino.