lunes, 25 de mayo de 2009

Allí, al otro lado (1)

Carol Ohmart en The house of the Haunted hill
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1. Enciendo el ordenador portátil.

Me siento ante la pantalla y busco entre mis contactos una dirección de correo electrónico que me interesa encontrar. Mientras la busco me topo con otra dirección que, nada más verla, consigue que me quede un tanto perplejo; ensimismado incluso. Es la dirección de una persona que ha fallecido no hace mucho. No recordaba que tuviese su e-mail entre mis contactos. Era un periodista de unos cincuenta años. Murió de cáncer. Sólo hable con él una vez, durante la inauguración de la exposición de un célebre pintor. Me cayó simpático. Solía leer con agrado los artículos que publicaba en la sección cultural de un destacado periódico.

Ahora que tengo ante mí su dirección de e-mail, pienso en qué habrá allí, al otro lado, en su buzón. Quizá haya cientos de e-mails sin responder. Quizá de alguna persona que estaba en contacto con él y que desconoce la noticia de su muerte, alguna persona que no entiende porque no le responde aquel simpático periodista que conoció un buen día en alguna ciudad lejana.

Por un momento pienso en mandarle un e-mail. Pero no se me ocurre qué escribir. No sé qué se le puede escribir a un hombre que ha fallecido no hace mucho, a un hombre que sin duda no leerá lo que le escriba, a un hombre a quien apenas puedo decir que conociese. Siento, además, de inmediato, cierto temor al pensar que quizá obtuviese respuesta. No del muerto –todavía no creo en los fantasmas- pero sí, tal vez, si el difunto tuviese mujer e hijos, cosa que desconozco, es muy posible que pudiese responderme algún familiar, alguien que sepa la contraseña para acceder a su buzón y que dedique ahora parte de su tiempo a responder los e-mails que llegan a la dirección del fallecido. Pensar en todo esto, además de hacerme sentir cierto temor, consigue que me decida a escribir algo. Tecleo una frase breve: Siento el fallecimiento de X., atentamente A. N. Dudo unos segundos sobre si debo pinchar el botón en el que puede leerse la palabra Enviar. Por fin lo hago, lo pincho con un golpecito seco. Enseguida leo en la pantalla Su mensaje ha sido enviado.

Es entonces cuando siento, como si de una culebra se tratase, un escalofrío que recorre mi espalda. De manera ascendente. Del cóccix a la nuca.

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Carol Ohmart asediada por un mísero esqueleto

5 comentarios:

39escalones dijo...

He compartido el escalofrío.
Saludos.

Isabel Victor dijo...

"o cervo ferido
pelo outeiro assoma."



García Lorca

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Tem duende ...
tem duende a tua escrita


:))


iv

carmen dijo...

Un poquico de escalofrío si que da al leerlo.
Espero que nunca te pase de verdad,que todo quede en eso.Un cuento.
Saludicos

Álex Nortub dijo...

Como una culebra, Alfredo.

Obrigado, Isabel.

A veces, Carmen, los cuentos se hace realidad o parten de ella.
Nunca se sabe.

Gracias por los comentarios.

Anónimo dijo...

Te entiendo Álex: yo le escribí un mail a una amiga unos días después de enterarme de su muerte.

Con los muertos siempre nos queda la sensación del algo por decir.