Retazos de conversaciones interoceánicas, en el blog de Fernanda García Lao.
Pinchando aquí: http://fernandagarcialao.blogspot.com/2009/10/retazos-de-conversaciones.html
Retazos de conversaciones interoceánicas, en el blog de Fernanda García Lao.
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Un director de cine filma un fragmento de cielo para comenzar su primera película. Es un cielo por el que deambulan nubes altas, grandes nubes que desfilan de derecha a izquierda. Al final del día, cuando visiona las escenas grabadas, tiene la impresión de que una de las nubes de ese fragmento de cielo se parece al rostro de Luís Buñuel. Sí, vuelve a ver la escena una y otra vez y se dice que no hay duda, es igualita al rostro del director de cine aragonés. Aunque le parece obvio que esa nube es idéntica al rostro de Luís Buñuel, decide no comentárselo a nadie del equipo. No se lo dice al asistente de dirección, ni a ningún técnico de sonido, mucho menos se lo dice al productor. Se lo calla. Decide mantenerlo en secreto. Piensa que, tal vez, con el paso del tiempo, lo cuente como una anécdota en sus memorias.
Veinte años después, el mismo director de cine filma un nuevo fragmento de cielo para finalizar su última película (él no sabe que será su última película, pero lo cierto es que pronto morirá atropellado por un enorme todo-terreno al salir de una charcutería). Al visionar la escena que acaba de filmar, la última escena de su última película, ve una nube que atraviesa ese fragmento de cielo y que le recuerda al rostro de Luís Buñuel. Y, claro, esto le hace recordar que en su primera película también había una nube que se parecía, sin duda alguna, aunque nadie se hubiese dado cuenta, al rostro del director de cine aragonés. Cuando llega a casa decide ver la escena de cielo de su primera película y compararla con la escena de cielo de su última película. Lo hace y vuelve a sorprenderse. La nube de su primera película es igual a la nube de su última película. Es el rostro de Luís Buñuel, sí, pero no es simplemente el rostro de Luís Buñuel, sino que tiene además el mismo gesto, la misma pose. No es que sean parecidas o que se den cierto aire, no, son nubes exactamente iguales. Le da por pensar que es la misma nube, la misma nube que lleva veinte años dando tumbos sobre el mundo sin variar su morfología. Aunque sabe que esto es imposible, se dice que la prueba está ahí, ante sus ojos; ha visto las dos escenas una y otra vez y no tiene la menor duda sobre el parecido entre esas dos masas de vapor acuoso suspendidas en la atmósfera.
Tras la sorpresa inicial, se dice también, susurrando, con misterio, que ya va siendo hora de contárselo a alguien, aunque ese alguien sea su diario. Pero cuando se dispone a escribirlo en ese diario que algún día conformará sus memorias, le entra hambre, un hambre terrible, sobrehumana. Así que, antes de ponerse a escribir sobre la exactitud de las nubes, decide, fatalmente, mientras sus tripas rugen, bajar a la charcutería situada al otro lado de la calle.Aunque recibo gran cantidad de invitaciones para ello, no acostumbro acudir a inauguraciones. Lo cierto es que no suele apetecerme ir a las inauguraciones a las que me invitan, en cambio, no sé muy bien por qué, suelen despertar mi interés aquellas inauguraciones a las que no he sido invitado formalmente.
Hacía tiempo que no iba a Zaragoza, creo que unos cinco años. El pasado viernes 9 de octubre me decidí a volver a la capital aragonesa. Tenía la excusa perfecta: una inauguración a la que no había sido invitado y una exposición que me interesaba mucho visitar. Cogí el AVE en Barcelona a las cuatro de la tarde y, en menos de dos horas, me encontraba ya en Zaragoza, preguntándome por qué habría tardado tantos años en volver a una ciudad que siempre me ha gustado. Aunque me lo pregunté con amabilidad, no obtuve respuesta alguna. En la estación de tren cogí un taxi que me llevó al hotel. Me tumbé un rato en la habitación. Cuando cruzo por primera vez la puerta de una habitación de hotel, me gusta tumbarme en la cama, comprobar si el colchón es de mi agrado. El colchón del hotel de Zaragoza me pareció exquisito. A veces creo que concedo demasiada importancia a los colchones, pero para mí son una de las cosas más importantes de esta vida. Tras pasar media hora lozanamente tumbado, me levanté decidido a dar un paseo por el centro de la ciudad. Así fue, di un agradable paseo antes de acudir a la inauguración de una exposición a la que nadie me había invitado y a la que no creí necesario haber sido invitado para acudir a ella. Se trata de la exposición del pintor Pepe Cerdá, titulada El oficio de pintar y situada en La Lonja de la Plaza del Pilar hasta el 22 de noviembre. Había mucha gente en la inauguración. También Pepe Cerdá andaba por allí. Muchas personas saludaban al pintor, le felicitaban por su trabajo. Yo me alegré de verle en persona pero me mantuve a cierta distancia; no me pareció ni el momento ni el lugar para presentarme, preferí pasar desapercibido y disfrutar de sus pinturas, porque, al fin y al cabo, contemplar una pintura es como mantener una charla con quien realizó esa pintura. Recorrí entera la exposición. Había demasiada gente para mi gusto. Mientras una señora oronda tapaba la mitad de un cuadro y un niño correteaba a mi alrededor, me dije que me gustaría volver al día siguiente, disfrutar con más calma del trabajo de Pepe Cerdá. Así lo hice. El sábado, a media mañana, allí me encontraba de nuevo. La exposición me pareció magnífica, una gran exposición, no sólo por su tamaño sino, más que nada, por su intensa belleza. Me resultaron además muy originales los motivos de muchas de las pinturas de Pepe Cerdá: tiovivos, gasolineras, hombres conduciendo sus tractores, como retratos ecuestres contemporáneos, deudores sin duda de pintores como Velázquez o Rubens. También me deslumbraron sus inquietantes paisajes nocturnos, y me parecieron muy interesantes los expresivos retratos de personas cercanas al pintor.
No tardé nada en llegar a una conclusión: me encanta la pintura de Pepe Cerdá, parece construida a base de deslumbrantes lamparones pictóricos, parece construida por una gran maraña de manchas de la que emergen sus visiones cotidianas, parece construida por un sinfín de certeros y centelleantes borrones. Parece, o por lo menos a mí así me lo parece, construida desde la verdad. Su verdad.
Pepe Cerdá (fotografía del Heraldo de Aragón)
pepe-cerda.blogia.com
Los aniversarios me dan vértigo. Este sábado se cumplirá el primer aniversario de este hotel. Sí, fue un 10 de octubre de 2008 cuando sus puertas se abrieron. Parece que fue ayer. He estado pensando últimamente que tal vez estuviese bien hacer balance de este primer año. También he pensado que es innecesario hacerlo, que un año no es tiempo suficiente para sacar conclusiones. Pero como me gustan las cosas innecesarias, al final me he convencido de que sí, de que estaría bien hacer balance de este primer año. A veces tengo ideas que me parecen muy buenas, pero el Resultado de la idea es una cosa y la Idea otra muy distinta. Para mí, el Resultado nunca está a la altura de la Idea. El Resultado no le llega a la Idea ni a la suela de los zapatos. Si imaginase una Idea con zapatos, imaginaría una enorme bombilla caminando por la calle Torrent de´n Vidalet con unos de esos enormes zapatos de payaso.
Bueno, a lo que iba. Hagamos balance: en un año este hotel ha tenido unas 24.000 visitas, lo que hace una media de 2.000 visitas al mes (aunque al principio no eran tantas y ahora son más). Cuando abrí el hotel no imaginaba, ni por asomo, que tendría tantos huéspedes. Me sorprendió desde un principio que las visitas aumentaran y aumentaran. Creí que el marcador estaba estropeado. Está muy bien lo de sorprender a los demás, pero no hay nada como sorprenderse a uno mismo. La sorpresa fue en aumento cuando los visitantes, comentaristas y otra gente que ha enlazado mi blog al suyo, resultaron ser escritores. Escritores, en muchos casos, de los que tengo sus obras. Escritores, en otros casos, de los que seguía sus blogs antes de abrir mi hotel. Escritores, también, de los que poseo un sinfín de falsas dedicatorias. Escritores, en definitiva, a los que admiro. La mayoría de estos escritores poco saben de mí. Seguramente ninguno había oído mi nombre antes de que abriese mi hotel. No conozco a ningún escritor personalmente. Quizá sea mejor así.
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Dejo una selección de enlaces en los que, para mi sorpresa,
se ha mencionado mi nombre o el nombre de mi hotel:
http://antoncastro.blogia.com/2008/102101-edward-hopper-segun-alex-nortub-y-berenice-abbot.php
EN LA PÁGINA WEB DE ENRIQUE VILA-MATAS
http://www.enriquevilamatas.com/blogs.html
EN EL BLOG DE LUIS POUSA
http://blogs.lavozdegalicia.es/luispousa/2009/01/21/en-el-hotel-junto-a-la-via/
EN EL BLOG DE PABLO GALLO
http://elblogdepablogallo.blogspot.com/2009/02/luis-pousa-y-anton-castro-y-mucho-mas.html
EN EL BLOG DE MARTA NAVARRO
http://entrenomadas.wordpress.com/2008/11/02/edward-hooper-y-sus-manias/
EN EL BLOG DE MATEO DE PAZ
http://mateodepaz.blogspot.com/2009/01/lex-nortub-in-memoriam.html
EN EL BLOG DE JUAN MANUEL GIL:
http://lacasadelnadador.blogspot.com/2008/12/agudeza-visual.html
El portal de este hotel
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Además de todo esto, me enteré ayer de que existe la posibilidad de que se reedite mi libro Tras el pinar un grito. La posibilidad es todavía remota, pero ahí está. Si sucediese, sería, más o menos, para finales del año 2010. Espero que para entonces este hotel siga abierto y con huéspedes. Como ya dije por aquí en su día, de la primera edición de Tras el pinar un grito se hizo una tirada ínfima. Tan sólo poseo un ejemplar del mismo, claro que es un ejemplar dedicado por mí y para mí. Es la única dedicatoria auténtica que poseo.
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Mil gracias, una vez más, por vuestras visitas y comentarios.
La dirección del Hotel junto a la vía.
P.D. He aquí, hace un año, la primera entrada de este hotel:
Escribo y pinto porque me aburro y tengo la intención de aburrir a los demás. Cuando era joven hice una copia de los cuadros que tenía mi padre. Vendí los originales y los sustituí por las copias. Nadie se dio cuenta y yo descubrí una vocación.
(Francis Picabia)
Una falsificación es una forma de publicidad. A menos que esa falsificación sea tendenciosa. Incluso me resultaría divertido ir a ver la falsificación. Bueno, a decir verdad, tampoco me divertiría tanto. Para ver falsificaciones voy al Museo Metropolitano de Nueva York con mi amigo Robert Lebel, que me las enseña. Se tendrían que marcar las obras, poner etiquetas en las que dijese que la obra es falsa, o casi falsa o no del todo falsa... Con comentarios en los que figurase que el cuadro era un 50 por ciento falso, o un 25 por ciento o un 75 por ciento... Mostrarlo públicamente, entrar en el juego de las falsificaciones.
Yo quería cambiar mi identidad, y la primera idea que me vino fue la de tomar un nombre judío. Yo era católico y ya el hecho de cambiar de religión era un cambio. Pero no encontré un nombre judío que me gustara o que, de alguna manera, me tentara y de repente me vino una idea: ¿por qué no cambiar de sexo? Es mucho más simple. Y de ahí vino el nombre de Rrose Sélavy. Ahora suena tal vez muy bien, los nombres cambian con el tiempo, pero en aquel entonces Rose era un nombre estúpido. La doble “R” viene del cuadro de Picabia El ojo cacodilato, que está puesto en el bar “Le Boeuf sur le toit”… sobre el que Francis había pedido a sus amigos que firmaran… yo creo que escribí “Pi qu´habilla Rrose Sélavy” (Picabia lárrose cést la vie).
(Marcel Duchamp)
Marcel Duchamp retratado como Rrose Sélavy
Ser verosímil nunca ha sido mi meta. Aún así prefiero ser verosímil a ser inverosímil. A menudo me parece que lo que escribo basado en la realidad es menos verosímil que lo que escribo basado en la ficción. Muchas veces, quizá demasiadas, pienso en que me gustaría que la ficción se convirtiese en realidad. Podría tal vez forzar la ficción para que así fuese. Pero no es esto lo que me gustaría, me gustaría que ocurriese como por arte de magia. Sí Houdini viviese le escribiría una carta pidiéndole consejo. Hace cosa de un año le escribí una carta al mago Juan Tamariz, a día de hoy todavía no he obtenido respuesta. Supongo que estará muy ocupado. Ser un mago de las palabras me parece tan difícil como ser un mago de naipes y chistera. Hay trucos que le dejan a uno con la boca abierta. Como aquel en el que el mago pasa la chistera vacía ante las narices del espectador y al momento saca un conejo. Nunca me he propuesto que lo que escribo deba resultar verosímil. Me gustaría que así fuese, que resultase creíble, pero nunca me lo he propuesto. No está entre mis prioridades a la hora de mojar la pluma en el tintero. ¿Qué? ¿Nunca antes lo había comentado? Bueno, pues así es: utilizo pluma y tintero para escribir lo que escribo. Una vez que la tinta está seca, lo releo y lo paso al ordenador. No creo que por ello pueda decirse que soy retorcido. Aunque me lo han dicho un par de veces. Lo retorcido sería escribir a ordenador lo que escribo y después pasarlo a tinta. Eso sí, sí que sería retorcido. ¿Resulta verosímil el hecho de que escriba con pluma y tintero? No lo sé y me da igual. Es así. Así es como escribo. Punto!