viernes, 28 de octubre de 2011

REPETICIÓN CRÓNICA



“A menudo comienzo a escribir algo y, a los poco minutos -o quizá debiera decir a las pocas líneas- me asalta una terrible sensación de repetición, de estar repitiendo algo que escribí hace tiempo. Cuando esto sucede, nunca recuerdo en que momento escribí aquello que creo repetir o a qué texto pertenece. Pero eso es lo de menos. Lo terrible es la desasosegante y vívida sensación de que escribo algo que ya escribí, y la seguridad absoluta de que lo escribo exactamente igual, con cada palabra, cada coma y cada punto en el mismo lugar en el que fueron situados anteriormente. También ahora, mientras escribo que a menudo me asalta una terrible sensación de repetición, siento que no dejo de repetirme, que esto ya lo escribí yo en algún lugar y en algún momento, que no tiene el menor sentido seguir escribiéndolo. Esa sensación de repetición va siempre acompañada de sudores fríos y un constante tembleque de rodillas. Cuando esto sucede, siempre opto por la misma solución: me encamino al puerto, de noche, y me embarco. No voy muy lejos. Suelo desembarcar en Mallorca, y, allí, repito una y otra vez el mismo itinerario durante tres o cuatro días. Me hospedo en el mismo hotel, como y ceno en el mismo restaurante, me tomo alguna que otra copa en la misma terraza. Me repito. Esa es la cura. Mano de santo. Unos días repitiendo mis actos y la terrible sensación de repetirme escribiendo desaparece. El problema reside en que esa terrible sensación de repetirme escribiendo antes me asaltaba una vez al año y, poco a poco, se ha ido acortando. Ahora me sucede una vez a la semana. Estoy harto de embarcarme, de visitar Mallorca, de ese hotel, ese restaurante y esa terraza, del sol y de los alemanes.”
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Fragmento de mi novela inédita “Repetición Crónica”


lunes, 24 de octubre de 2011

jueves, 20 de octubre de 2011

EL PINTOR DE LAS MIL CARAS

Autorretrato de Vincent Van Gogh


En 1990 Steve Naifeh y Gregory White Smith se hicieron con el prestigioso Premio Pulitzer por una biografía sobre el pintor Jackson Pollock. Ahora publican una nueva biografía sobre Vincent Van Gogh en la que afirman que el famoso pintor holandés no se suicidó. Si no hubiesen pasado veinte años, pensaría que a Steve Naifeh y a Gregory White Smith se les ha subido el Pulitzer a la cabeza. Pero han pasado veinte años, y parece que lo que nos cuentan va en serio. Nos cuentan que la de Van Gogh fue una muerte accidental. Nos cuentan que dos chavales jugaban con una pistola. Nos cuentan que la pistola se disparó. Nos cuentan que la bala fue a dar en el pecho de Van Gogh. Nos cuentan que este no murió inmediatamente pero prefirió no incriminar a los chavales. Nos cuentan que esos chavales eran dos hermanos llamados Gascón y René Secrétan. Nos cuentan que René fue entrevistado en 1957, un año antes de su muerte, por un diario francés. Nos cuentan lo que René contó: que todo había sucedido mientras jugaban a cowboys en un descampado, que solían torturar a Van Gogh poniéndole sal en el café, una víbora en los pantalones, llevándole chicas para que coquetearan con él de manera violenta. Nos cuentan que a pesar de todo eso Van Gogh llamaba a René, cariñosamente, “Buffalo Bill”. Nos cuentan que la pistola nunca apareció. Nos cuentan que todo ese lío del suicidio veló otras cuestiones de la vida de Van Gogh, como que su familia le culpó por el infarto que mató a su padre, o que, cuando el pintor murió, a sus 37 años, comenzaba a gozar de cierto reconocimiento y a recibir encargos.
Desde Ámsterdam, el director del museo que lleva el nombre de Van Gogh dice que no, que la teoría del homicidio imprudente no está bien sustentada, que no se la traga. La fama de artista torturado vende más que la de artista equilibrado. También leí, hace tiempo, en alguna parte, que Van Gogh no se había cortado la oreja, que no fue exactamente así, que tan sólo se había cortado el lóbulo de la oreja, que es una zona que sangra mucho y de ahí el excesivo vendaje que podemos ver en uno de sus autorretratos. Lo que está claro es que Van Gogh dedicó su vida a pintar, que era lo que le gustaba. Y fue mantenido hasta su muerte por su hermano Theo. No parece tan mala vida. Pero la procesión va por dentro, y para comprobarlo no hay más que leer la extraordinaria y numerosa correspondencia que Van Gogh mantuvo con su hermano hasta el final de sus días.

Y aquí el enlace a la noticia aparecida en El País:
http://www.elpais.com/articulo/cultura/Van/Gogh/suicidio/interrogantes/elpepicul/20111018elpepicul_4/Tes

















Autorretratos y fotografías de Vincent Van Gogh


miércoles, 12 de octubre de 2011

LOS PINTORES TAMBIÉN MUEREN (18): Piero della Francesca

Pinturas de Piero della Francesca 

12 de octubre
Los últimos años de su vida, afectado por una grave enfermedad de la vista, el pintor italiano Piero della Francesca abandonó los pinceles y se dedicó a dictar su obra teórica. Murió en Sansepolcro un 12 de octubre de 1492, el mismo día en que, al otro lado del planeta, Cristóbal Colón pisaba por primera vez América. Es posible incluso, y nada descabellado, imaginar que en el mismo instante en que Cristóbal Colón posó su pie derecho sobre suelo americano, el corazón de setenta y siete años de Piero della Francesca dejó de latir.



Pintura de Piero della Francesca


domingo, 9 de octubre de 2011

LOS PINTORES TAMBIÉN MUEREN (17): Filippo Lippi

La visión de San Agustín, pintura de Filippo Lippi


9 de octubre
Se dice que Filippo Lippi murió envenenado, los 67 años, un 9 de octubre de 1438, por algunos parientes de la mujer que amaba.


Filippo Lippi


martes, 4 de octubre de 2011

LOS PINTORES TAMBIÉN MUEREN (16): Rembrandt Van Rijn

La lección de anatomía del Dr. Tulp, pintura de Rembrandt


4 de octubre
A Rembrandt le encantaba derrochar. Invertía en arte y en todo tipo de objetos curiosos y, a veces, incluso, pujaba por sus propias pinturas. Hasta que llegó un día en que tuvo que vender gran parte de su colección de antigüedades y todas sus pinturas. Pero los beneficios de estas ventas no fueron suficientes. En 1660, nueve años antes de su muerte, no tuvo más remedio que vender su casa y su taller de grabado y se mudó a un modesto apartamento. La sociedad de pintores de Ámsterdam vio todo esto como un gran escándalo, y adaptó su reglamento para que nadie pudiese comerciar como pintor encontrándose en una situación económica similar a la de Rembrandt. Para evitar esto, su segunda mujer, Hendrickje, y su hijo Titus abrieron su propio negocio de arte en el que Rembrandt trabajó como empleado.
Rembrandt les sobrevivió a los dos y, finalmente, falleció en la ruina un 4 de octubre de 1669. Fue enterrado en una tumba sin nombre.



Autorretrato de Rembrandt