viernes, 30 de enero de 2009

Días de vermouth y libros

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A veces, no siempre, más bien pocas veces pero alguna que otra vez, he comprado un libro porque ha llamado mi atención su portada o su título. Lo he comprado sin tener ni la menor idea de qué trataba o cómo o por quién estaba escrito. Sí, en más de una ocasión me he dejado llevar por su aspecto exterior. Me alegro de haberlo hecho. Quizá debiese hacerlo más a menudo, pues cuando lo he hecho, cuando he elegido un libro por su aspecto exterior, fijándome sólo en su portada o su título, siempre me he llevado una grata sorpresa con lo que he hallado después en su interior. Recuerdo que una de las primeras veces que actué de esta manera, fue cuando me compré, en un mercadillo cercano a la estatua de Colón, un domingo, hace ya muchos años, Viaje en torno de mi cráneo, del escritor húngaro Frigyes Karinthy. No sospechaba que sería un libro que me fascinaría tanto como me fascinaron en su momento su portada y su título. Pero así fue, me dejé llevar por la fascinación y descubrí que esto es algo que suele funcionar. Otro libro con el que me sucedió algo muy parecido fue con Los piratas de Whisky, de Victor Llona. Cuando lo compré, en otro mercadillo, otro domingo, no tenía ni la menor idea de quién era el tal Victor Llona. Pero su portada y su título volvieron a fascinarme y poco después hizo lo propio su libro. En seguida me enteré de que Victor Llona fue un escritor peruano, nacido en Lima en 1886, que desde muy joven se fue a estudiar a París y allí entabló una estrecha amistad con André Guide, después se trasladó con sus padres a Chicago pero años más tarde regresaría a París y después cruzaría de nuevo el charco para instalarse en Lima y algo más tarde en San Francisco, donde murió en 1953. Durante su vida estuvo en contacto con escritores de la talla de James Joyce, Paul Bowles, Scott Fitzgerald, Ernest Heminway, Ezra Pound, de estos tres últimos fue el traductor al francés de algunos de sus libros, e incluso tradujo a autores rusos como Tolstoi o Gogol. Así que, a veces, no siempre, más bien pocas veces pero alguna que otra vez, en un mercadillo, un domingo (quizá funcione cualquier otro día de la semana pero yo siempre lo he hecho en domingo), sienta bien lo de comprar un libro sin tener la menor idea de qué trata o cómo o por quién está escrito, dejándose llevar tan sólo por su aspecto exterior y por la fascinación que, en un momento dado, una portada o un título puedan producir.

Por lo demás, tras la compra, a mediodía, el mediodía de un domingo cualquiera, para ojear con calma el producto que acabamos de adquirir, recomiendo entrar en un bar, en un bar cualquiera, y pedir un vermouth.

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Edición de Viaje en torno de mi craneo publicada en 1955 por José Janés Editor.
He aquí su comienzo: En el mes de marzo del presente año -hacia el día diez, por mayor precisión-, me encontraba una tarde merendando, como de costumbre, en el Café Central de la Plaza de la Universidad de Budapest, sentado junto a mi mesa habitual, cerca de una ventana desde la que se divisan por un lado la Biblioteca, y por el otro el edificio de un Banco que ostenta como muestra un solo rótulo que reza: Casa Matriz.
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Edición de Los piratas del whisky publicada por M.Aguilar hace muchos años.

He aquí su comienzo: En la jaula en que se consume su nostalgia, Jumping Bean, apoyado en su cola marsupial, con las patas delanteras dobladas sobre el pecho, contempla con sus ojos de rata el desfile de los automóviles.
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miércoles, 28 de enero de 2009

Carta al director

Pinche sobre El coloso, verá usted el informe del Museo del Prado sobre este lienzo que, durante muchos años, fue atribuido a Goya.
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A la atención del Sr. Director del Museo del Prado:

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Ya era hora. Ya era hora de que me tomasen en serio. Llevo catorce años avisándole, como usted bien sabe, de que El coloso de Goya no fue pintado por Goya. Llevo catorce años enviándole, una semana sí y otra también, un sinfín de cartas. Cartas en las que he expuesto una y mil veces los motivos por los cuales, hace ya mucho tiempo, llegué a la conclusión de que El coloso de Goya no fue pintado por Goya. Pero nunca he obtenido respuesta alguna. Hasta que estos días he visto en distintos medios que mis cartas han surtido efecto. Y aunque ahora otros se pongan las medallas, quiero que sepa que me siento orgulloso de haber sido yo el impulsor de este hallazgo.

Hace años, siempre que iba a Madrid, lo primero que hacía era visitar el Museo del Prado. Hasta que usted y los suyos me prohibieron la entrada. Sólo porque un día me puse un poco tozudo e insistí en hablar con usted personalmente. Sólo porque me encadené a uno de los urinarios de los aseos del museo como medida de presión, para explicarle que El coloso de Goya no fue pintado por Goya. Y sólo por esto, usted y los suyos me incluyeron en la lista negra. Sí, sé que tienen una lista negra, una lista en la que comparto espacio con personas que han atentado contra las normas de su museo y a las que también se les impide la entrada. Como aquella anciana que, en 1992, agredió con un alfiler un cuadro de El Bosco, diciendo que en el lienzo anidaba el mismísimo Lucifer. O como aquel turista alemán que, borracho, en febrero de 1998, meó en mitad de la sala de Velázquez, precisamente frente al cuadro titulado El triunfo de Baco.

Con este tipo de gentuza depravada ha situado usted mi nombre en su lista negra. No crea que le odio por ello. No, no le odio. Nada ganaría odiándole. Es más, saldría perdiendo si le odiase. No, no le odio, el odio es el alimento que mastican y engullen los cretinos. Tan sólo quiero que sepa que me siento orgulloso de que finalmente la verdad haya visto la luz, orgulloso de que un resplandor de veracidad haya iluminado cada sala, cada pasillo, cada pared, cada rincón de su museo. Porque bien sabe usted que llevo catorce años insistiendo en que la firma que aparece en El coloso, firma en la que tan sólo se leen las iniciales A.J., pertenece a Asensio Juliá, un mero discípulo de Goya, y que los animales retratados en dicha pintura nada tienen que ver con la manera en que Goya plasmaba los animales, y que los materiales y la técnica tampoco son los habituales de Goya, y que el tratamiento del paisaje dista mucho de la mano del famoso pintor aragonés, y así podría seguir, durante decenas de páginas, enumerando un sinfín de razones por las que llevo catorce años avisándole de que El coloso de Goya no fue pintado por Goya. Le diré que incluso me ha hecho cierta gracia ver en la página web de su museo, que el informe sobre El coloso, ese informe en el que se explica con mucho detalle que El coloso de Goya no fue pintado por Goya, está prácticamente calcado de las mil y una cartas que le he enviado. Hay párrafos enteros extraídos de mis exposiciones. Pero, como no conservo duplicado alguno de ninguna de las cartas que le mandé, nada puedo demostrar ante los tribunales.

No quiero que piense que pretendo reconocimiento y fama con todo esto. No. Vivo muy tranquilo en el anonimato y valoro en gran medida la serenidad que ofrece el hecho de quedarse tras las bambalinas. Me conformo con que usted sepa que yo sé que usted sabe que los dos sabemos toda la verdad. Con esto me conformo, me siento satisfecho, incluso feliz.

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Se despide, sin atención alguna, a 27 de enero de 2009,

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Álex Nortub

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martes, 27 de enero de 2009

Nunca me gustó la escuela

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Fotografía de Nobuyoshi Araki (1985)
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Nunca me gustó la escuela. Pero echo de menos ciertas cosas de aquella época. Me gustaba escuchar el sonido del timbre. Me gustaba salir corriendo de clase. Me gustaba volver a casa acompañado de Kiyotsune. Atravesar el parque Hokusai agarrado de su mano. Y así, demorarnos a charlar, y a reír, y a mirarnos a los ojos, y a llevar a cabo otras muchas cosas que a los dos, con agrado y satisfacción, incluso con cierto desenfreno, nos gustaba llevar a cabo.

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lunes, 26 de enero de 2009

Fragmentos de conferencias fallidas (I): El culo en la Historia del Arte

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Tengo un cajón. Bueno, decir que tengo un cajón es inexacto, en realidad tengo varios cajones que forman parte de un mueble, pero tengo un cajón en el que guardo mis conferencias fallidas, aquellas que no he logrado impartir. Son muchas, quizá un par de cientos. De vez en cuando abro el cajón y ojeo alguna de esas conferencias fallidas que no he logrado impartir. No lo hago muy de vez en cuando, pero de vez en cuando lo hago. Y cuando lo hago, cuando abro el cajón y ojeo alguna de esas conferencias fallidas que no he logrado impartir, me echo a temblar.

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FRAGMENTO DE UNA CONFERENCIA SOBRE EL CULO EN LA HISTORIA DEL ARTE:

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“Desde la pinturas rupestres hasta las nuevas tecnologías, en la historia del arte abundan las imágenes en las que el culo tiene un gran protagonismo. Protagonismo, sin duda alguna, a mi entender, más que merecido, pues no ocultaré que me considero un gran defensor del culo. Hay otras partes del cuerpo humano que destilan gran belleza, pero donde esté la maravillosa geometría de un buen par de nalgas, que se quiten esas otras muchas partes del cuerpo humano que destilan gran belleza. Mentiría si no dijese que, como gran amante y defensor del culo, creo que hay uno que está muy por encima del resto de los culos. Sí, señoras y señores, como pueden contemplar en la diapositiva que se proyecta a mi espalda, se trata de un culo magnífico, un trasero sin igual, el culo de La Venus del espejo, cuadro pintado por Velázquez hacia 1646. Este culo resplandeciente, rotundo, redondeado y de tersa apariencia, retratado con genial maestría por el pintor sevillano, es mi culo preferido en toda la historia del arte. Y esta preferencia, en detrimento de otros culos de enorme belleza y valor artístico, se remonta a mi adolescencia, cuando, en el transcurso de un viaje de estudios a Londres con los Padres Escolapios, visité la Tate Gallery. Fue al contemplar en aquel museo el cuadro pintado por Velázquez hacia 1646, cuando me enamoré del culo de La Venus del espejo. El magnífico trasero penetró de manera fulminante en mis retinas y se dirigió después a mi cerebro para instalarse allí y no abandonarlo jamás. Nada más ver aquel culo sentí un calor inmenso que invadía todo mi cuerpo. Al instante sentí también como algo se endurecía en mi entrepierna. Y fue tal la presión que, señoras y señores, tras contemplar durante veinte minutos aquel delicioso trasero, no tuve más remedio que acudir a los aseos del museo para, una vez allí, encerrado, en silencio, con la imagen de aquel culo resplandeciente, rotundo, redondeado y de tersa apariencia grabada en mi mente, hacer lo que un adolescente debiera hacer siempre en estos casos.”



viernes, 23 de enero de 2009

De blog en blog


Dibujo de Serge Clerc

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Hay temporadas en las que penetro en blogs y los escudriño de arriba a bajo porque logran hipnotizarme de una manera difícilmente explicable con meras palabras. Así que hoy mencionaré con brevedad alguno de esos blogs que, en los últimos días, he estado diseccionando con ardor, entusiasmo y cierto frenesí.


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1) Hay en mi barrio una frutería llamada Estíbaliz, así que cuando voy a comprar fruta, incluso cuando compro verduras, ya sean puerros, pimientos o calabacines, pienso en Estíbaliz Espinosa y en sus blogs. Sobre todo en el que he estado visitando estos días, su blog en castellano (tiene otro en gallego pero, como yo desconozco esta lengua, a menudo hay cosas que no entiendo). De esta manera, mientras mordía una manzana, me adentré en este blog de Estíbaliz Espinosa, y disfruté mucho haciéndolo y la manzana fue adquiriendo más sabor y se fue haciendo más y más sabrosa a medida que investigaba su blog, en el que esta frase nos da la bienvenida: abra la cápsula, por favor.



Pinche sobre esta fotografía y será teletransportado al blog de Estíbaliz Espinosa.


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2) También he descubierto, pues se ha hecho seguidor de mi blog recientemente, un blog raro donde los haya, llamado Anti-enciclopedia, de Nestor Aulengo Fernández. Un lugar extraño en el que las entradas aparecen el día uno de cada mes, con imágenes de alguna antigua enciclopedia y textos que las acompañan. Un lugar digno de ser conocido por quien no lo conozca y no sienta temor alguno hacia lo desconocido.




Pinche sobre este armiño y será teletransportado al blog ANTI-ENCICLOPEDIA


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3) Y por último, hablar del blog Mais il faut travailler. Que no sé quién lo perpetra, porque no hay ningún nombre a la vista, pero, sea quien sea, no cabe duda de que es una persona que tiene buen gusto, un gusto exquisito diría yo. Y bueno, llamarlo blog tal vez no sea suficiente, ya que posee varios habitáculos (blog, biblioteca, fuera de sitio), tan interesantes como inquietantes, en los que se nos ofrecen suculentos textos, fotografías y videos (Hay un video de 75 minutos de duración, una charla con Enrique Vila-Matas, que les recomiendo que vean si disponen de 75 minutos libres en algún momento de sus vidas, está en fuera de sitio). Además, en su presentación, Mais il faut travailler comienza con esta frase: En la vida real estoy muerto. Y como hace bien poco que yo me he convertido en fantasma, pues que quieren que les diga, pues eso, que me siento identificado con su espiritu del más allá.





Pinche sobre esta fotografía de Robert Frank y será teletransportado al blog Mais il faut travailler.

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GRACIAS POR SUS VISITAS, ENCANTADO DE SERVIRLES

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jueves, 22 de enero de 2009

Espacio de artista (VIII): Otto Dix

Otto Dix (1891-1969)
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Los pintores suelen mostrarse recelosos en lo que atañe a la intimidad de sus lugares de trabajo. Acostumbran a ocultar los entresijos del proceso creativo como si fuesen los trucos de un mago. No suelen permitir que se les observe mientras pintan. Si lo hacen, si consienten ser observados mientras pintan, es bien sabido que tan sólo fingen pintar, embadurnan el lienzo y mueven el pincel con gracia como si pintasen, fruncen el ceño y se alejan y entornan sus ojos mirando la tela con interés, pero, hasta que no se encuentran solos, hasta que no te has ido, no pintan, tan sólo simulan estar pintando. Esto sucede así desde que el hombre es hombre y se instaló en una cueva a pintar ciervos. Aunque siempre hay alguna excepción, como el caso del pintor alemán Otto Dix, que disfrutaba pintando mientras era observado. A Otto Dix le encantaba, le gustaba mucho estar acompañado mientras pintaba, que no le quitasen el ojo de encima. Por eso centró su obra en el género del retrato, para tener siempre a alguien cerca y realizar numerosos dibujos preparatorios de sus modelos y huir así de la característica soledad del taller de un pintor. Soledad a la que Otto Dix tenía pánico. Un pánico derivado de las dos grandes guerras que le tocó vivir en Alemania. Al estallar la Primera Guerra Mundial fue llamado a filas, pero en 1918 resultó herido en el cuello y tuvo que abandonar el campo de batalla. Así, y no de otra manera, adquirió el pánico a la soledad. Un pánico reflejado a menudo en sus pinturas, dibujos y aguafuertes, en los que retrató escenas bélicas y el declive de la vida social de la ciudad de Berlín, con imágenes a menudo grotescas en las que aparecían, en la misma escena, prostitutas, marineros, ricos empresarios, mutilados de guerra… siendo acusado dos veces de obscenidad y pornografía.

De la misma manera que le encantaba que le observasen mientras pintaba, también le gustaba a Otto Dix que le fotografiasen en su estudio. Siempre posó de perfil. Nunca de frente. Nunca dejó que retratasen su cara de frente. Quizá para no mostrar alguna cicatriz. Quizá para no mirar a los ojos del objetivo de la cámara. Quizá, quién sabe, por mera coquetería, siendo consciente de que era poseedor de un apuesto y deseable contorno fisonómico.


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Martha y Otto
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PINTURAS de Otto Dix:
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miércoles, 21 de enero de 2009

Para mi amigo Andrés, y ya puestos, para Luís y para Enrique.

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Fragmento de la solapa del libro O embigo do mar de Luís Pousa.
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Mi amigo Andrés, coruñés que vive en el centro de Barcelona desde hace diez años, suele volver a su ciudad natal por navidad. Así que estas pasadas navidades, cuando me dijo que iría cuatro días a A Coruña, le encargué que, si podía, si le venía bien, si pasaba por alguna librería (conociéndole sería raro en que no lo hiciese) me consiguiese el libro O embigo do mar, de Luís Pousa. Me enteré de la publicación de este libro (editorial Espiral Mayor, 2008, edición bilingüe español-galego) por el blog del mismo Luís Pousa, llamado Farrapos de Gaita (http://blogs.lavozdegalicia.es/luispousa/) y de gran interés para cualquiera que considere interesante el hecho de interesarse por la literatura.



Recibí un email de mi amigo Andrés tan sólo dos días después de haberse ido a Galicia. Me decía, desde su ciudad natal, de manera escueta, que había conseguido el libro, cerca de la casa de sus padres, en una librería llamada Couceiro. Ese mismo día, por la tarde, paseaba yo por Barcelona cuando me crucé con el escritor Enrique Vila-Matas. Le miré. Creo que vio que le miraba. Disimuló, o eso me pareció a mí, y, como no nos conocemos, no nos dimos las buenas tardes ni nada y cada uno siguió su camino. Yo girando un par de veces la cabeza para ver como se alejaba el escritor de Dietario Voluble, libro que leía justamente aquellos días.



Así que, a su regreso, mi amigo Andrés me llamó y quedamos para tomar unas cervezas. Y claro, me dio el libro de Luís Pousa. Y es un libro que he leído y que me ha gustado mucho. Y yo, que nunca he estado en A Coruña y en el libro se habla mucho de esta urbe gallega, he apuntado ahora esta ciudad en mi lista de lugares que me gustaría visitar. Y ahora tengo O embigo do mar ante mí. Y ahora lo abro al azar, y leo:


Se aferra uno a la literatura

Porque no puede aferrarse a otra cosa,

como dice Kafka.

Se escribe por necesidad, por urgencia, por deseo.

Se escribe en celo, como ha dicho alguien.

Un cadáver que redacta su obra postuma,

un esqueleto que hace crujir sus articulaciones

al teclear estas páginas masturbatorias, terminales.



Aférrase un á literatura

porque non pode aferrarse a outra cousa,

como di Kafka.

Escríbese por necesidade, por urgencia, por dexeso.

Escríbese en celo, como dixo alguén.

Un cadáver que redacta a sua obra póstuma,

un esqueleto que fai renxer as súas articulacións

ao teclear estas páxinas masturbatorias, terminais.

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Y también leo:
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Ese mundo en el que la araña se come a la mosca, la realidad.
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Ese mundo no que araña come a mosca, a realidade.


Pero no sólo me trajo desde Galicia O embigo do mar mi amigo Andrés. Pues me contó que, de vuelta a Barcelona, en el avión, mientras leía el periódico La Voz de Galicia, se topó con un artículo escrito por Luís Pousa (que es redactor de la sección de opinión y crítico literario del suplemento cultural de este periódico) sobre el Dietario Voluble de Enrique Vila-Matas.


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Le recomiendo que pinche usted sobre el artículo de Luís Pousa aparecido en La Voz de Galicia para verlo a mayor tamaño y no forzar así su vista.

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martes, 20 de enero de 2009

Una tarde

Marcel Duchamp, Jacques Villon y Raymond Duchamp (1912)
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Hacía una tarde estupenda, una tarde perfecta. Se sentaron a charlar en el jardín tras una comida excesiva. Fifí, el perro, permaneció allí tranquilo, junto a ellos, como uno más. Marcel, de vez en cuando, se columpiaba abstraído en su sillón de mimbre. Jacques, a pesar del catarro, fumaba algún que otro cigarrillo. Raymond, que había dejado su sombrero en el suelo nada más sentarse, sujetaba a Fifí para que este no se lo mordisquease.


Hacía una tarde estupenda, una tarde perfecta. Pero cuando quisieron darse cuenta, el cielo comenzó a palidecer, y la luz, anaranjada tirando a rojiza, disminuyó como sin ganas, a disgusto, sin desear abandonar el lugar.

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lunes, 19 de enero de 2009

La materia artizada (II): José Guadalupe Posada


Dos fotografías del escritor José Lezama Lima (Cuba, 1912-1976).
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Fragmento de un texto de José Lezama Lima titulado: José Guadalupe Posada, extraído de su libro La materia artizada (Editorial Tecnos, 1996)

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“El grabador mexicano, que está en la raíz de nuestra expresión, partía de un surgimiento anónimo, tanto que José Guadalupe Posada se debe más al hecho multitudinario que al rescate de su yo. Por eso Diego Rivera, en palabras que habrá siempre que repetir, dice: “Posada fue tan grande, que quizá un día se olvide su nombre, y está tan integrado al alma de México que tal vez se vuelva enteramente abstracto; pero hay su obra y su vida trascienden (sin que ninguno de ellos lo sepa) a las venas de los artistas jóvenes americanos.” El tequilero, los muchachos papeleros, los bailadores de jarape, Huerta y Zapata, los amantes, Doña Tomasa y Simón el aguador, los fifis, pasan como esqueletos inconmovibles, que no han olvidado la cotidianidad de su sonrisa. En sus ilustraciones, en la mejor época del corrido, su paralelismo con el hecho que las produce, es casi genial. A veces sus grabados me han recordado las ilustraciones de algunos libros de Raymond Roussel, particularmente El suicida. Su realismo, si es que esa palabra lo expresa, es como el punto invariable alcanzado por una forma de raíz muy soterrada, necesaria y fatal.

La sátira mexicana de los virreyes mal se libera del cenizoso quevediano, y al alzarse después el cantío de los corridos estaba todavía demasiado presionada por las jacarillas y la esqueletada de Posada. Pero la alegría de la verídica nueva expresión tiene un matinal sureño. Los hombres de la ciudad que pasan por las estancias oyen al hombre de la llamada con el canto. Se han inventado sus palabras necesarias, el facón para el cuchillo sudado, y el redomón para el potro de su costumbre. Parten de la pronunciación, del aliento que en cada tierra aspira y devuelve a su manera; parten de la pronunciación, no de la ortografía, y el idioma suena otra vez a clásico, en esa toma por asalto de sus palabras.”

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Grabados del artista mexicano José Guadalupe Posada:


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José Guadalupe Posada (México, 1852-1913) en la puerta de su taller de grabado.



viernes, 16 de enero de 2009

El triste festín

Baile en el Molin Rouge (1895), pintura de Toulouse-Lautrec
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Mi mayordomo dice que será un éxito. Me dice Ya lo verá, señor, será un éxito, no se preocupe, no le de más vueltas. Sé que lo dice con buenas intenciones, para tranquilizarme. No le gusta verme nervioso. Sabe muy bien que los nervios son nefastos para mis problemas de salud. Sé que lo dice por mi bien, no quiere verme de nuevo internado. Pero no acabo de creer en lo que dice mi mayordomo. Y continúo excitado, alterado, muy irritado. Temo que sea un fracaso. Desde que se le ocurrió lo del festín (porque fue a él, a mi mayordomo, a quien se le ocurrió reunir a mis familiares y amigos en una fiesta sin igual), apenas he podido dormir. Y se le ocurrió hace cosa de un mes. Al principio me pareció una gran idea. Lo de ser el anfitrión y mostrar de arriba a abajo mi enorme castillo, es algo que siempre me ha gustado. Pero los días comenzaron a sucederse, uno tras otro, tal y como suelen sucederse los días, y el hecho de tener que decidir entre tantos detalles insignificantes, como si los cubiertos de pescado a utilizar serían los de plata o los que heredé de mi abuela la Condesa de Mermer, comenzó a mermar mi paciencia.

Hace una semana tuve uno de mis ataques. No fue muy intenso. Pero mi mayordomo se asustó. Llamó en seguida al Doctor Indtrghtu. Este acudió raudo y veloz a mi castillo. Me recetó la típica infusión de zanahoria y cilantro, después me recomendó reposo. Reposo que fui incapaz de llevar a cabo porque no sé estarme quieto, tengo siempre que estar haciendo algo. Aunque ese algo sea pasear por los pasillos de mi castillo con un candelabro en la mano, tengo siempre que estar haciendo algo.

Y ahora me encuentro a la espera de que lleguen los invitados, una espera que me hace pensar en alguna antigua tortura. Ya puedo escuchar el sonido de algún carruaje acercándose. Ya oigo relinchar a los caballos. Ya se escuchan pasos en el exterior. Ya oigo como alguien, de manera irritante, con una insistencia que podría calificar de atroz pero también de inhumana, cruel y brutal, golpea la puerta de entrada al castillo sin el menor miramiento.


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Bela Lugosi como el Conde Drácula

jueves, 15 de enero de 2009

Seriedad


Cabeza de Frankestein y cuerpo de Marylin

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A veces, cuando creo que nadie me mira, que nadie me ve, que nadie se entera, lo hago. Lo hago con esmerado disimulo. Siempre sin llamar la atención. De manera imperceptible. Casi me atrevería a decir que se me escapa. Me sale sin querer, como un bostezo o un estornudo. Por suerte, creo que nunca nadie me ha visto hacerlo. He logrado ocultar este defecto mío durante muchos años. Y sé que no está bien que lo haga, y menos aún hacerlo a hurtadillas. Lo sé. Lo sé y siento una gran culpabilidad siempre que termino de hacerlo. Pero, al mismo tiempo, he de confesar que hay algo en ello que me agrada. Hay algo que encuentro incluso placentero, que me satisface, me satisface tanto que me siento incapaz de dejar de hacerlo. Por mucho que la sensación de culpa me martirice durante días, sé que volveré a caer.

Sí, a veces, cuando creo que nadie me mira, que nadie me ve, que nadie se entera, esbozo una sonrisa.

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miércoles, 14 de enero de 2009

Todo el tiempo del mundo


Pensador amenazado (162 x 130 cm, óleo sobre lienzo, 1975), pintura de José Hernández
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El día en que me suicidé no era un día soleado. Si hubiese sido un día soleado, es muy posible que no me hubiese quitado la vida. Sólo pensar que en el exterior pudiese hacer sol, que las chicas se paseasen en minifalda o tomasen cervezas en las terrazas, hubiera sido un obstáculo a la hora de suicidarme. Por fortuna, el día en que me suicidé no era un día soleado. El día en que me suicidé era un día gris, gélido, con un cielo repleto de nubarrones y sin nadie paseando por la calle. No creo necesario contar cómo me suicidé, de qué manera me quité la vida. Es obvio que regentando un hotel junto a una vía, algo tuvo que ver un tren en todo ello. No entraré en más detalles, lo hice y ya está.

Lo último en que pensé antes de suicidarme, fue en los huéspedes de mi hotel. No quería dejarlos en la calle, así que, como muchos ya saben, puse en venta mi hotel unos días antes. Pero, aunque obtuve unas cuantas llamadas, ninguna fue satisfactoria. Así que habiendo sopesado dos opciones, la A y la B, la venta o el suicidio, al final opté por la opción en la que debía quitarme la vida. Cuando elegí está opción, la B, reconozco que de manera egoísta, no imaginaba que pudiese surgir, así, de la nada, una vez muerto, una tercera opción, la opción C. Siempre debiera haber una opción C. Sí, una opción C, inesperada, que nos sorprenda, tal y como me sorprendió a mí la opción C una vez que me hube quitado la vida. Resulta que una vez muerto me transformé en un fantasma. Esa es la opción C, la que no había sopesado, la de convertirme en un fantasma.

Un fantasma que ahora se desliza por los pasillos de este hotel, un fantasma que puede seguir decorando las habitaciones sin ser visto. Espiando a las mujeres mientras duermen o descansan, ofreciéndoles una manzana envenenada de mí. Un fantasma que, de vez en cuando, con travesuras, asustará un poco a los huéspedes que, desprevenidos, contemplan ensimismados las obras que cuelgan de las paredes de este hotel junto a la vía. Pero no asustaré como el Fantasma de Canterville, ni como el Fantasma de la Opera, ni siquiera como el peliculero Beetlejuice. No. Yo soy un fantasma de hotel, de un hotel junto a una vía. Un fantasma con todo el tiempo del mundo. Y es que, al convertirme en fantasma, el tiempo dejó de ser un problema. Ahora tengo todo el tiempo del mundo. Me sobra tiempo. Tengo tiempo para dar y tomar. Todo el tiempo del mundo. Lo derrocho, lo despilfarro sin ton ni son. Todo el tiempo del mundo.

De esta manera, queridos huéspedes, seguiré regentando el hotel, como anfitrión-ectoplasma, junto a la vía, deslizándome por los pasillos y haciendo crujir los escalones de madrugada, o por la tarde, o a media mañana, la hora me da igual, el día de la semana también, como ya he dicho, dispongo de mucho tiempo, todo el tiempo del mundo. Para dar y tomar. Todo.

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Fotografía de Miwa Yanagi


Fotografía de Dayanita Singh


Fotografía de Tood Hido


Si usted se atreviese a pinchar sobre esta última fotografía, podría comprobar que todavía hay alguien que, en la enclenque posteridad, se acuerda de mí.


miércoles, 7 de enero de 2009

DUDANDO ENTRE UNA VENTA RAZONABLE O UN SUICIDIO EJEMPLAR

La rendición de Breda (1634-1635), detalle de una pintura de Velázquez
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Estimados huespedes,

Nada me gustaría más que volver, pero debido a la falta de tiempo me siento incapaz de establecer el regreso. Llevar un hotel (me refiero a llevarlo bien, con cierta clase) no es cosa fácil. Así que, hace algún tiempo, dejé este texto programado para que apareciese aquí hoy. Y, aunque me siento incapaz de establecer el regreso, he ideado alguna que otra fórmula para que este hotel junto a la vía pueda seguir en funcionamiento sin tener que echar a la calle de un día para otro a todos mis huéspedes:



A) Poner en venta mi hotel.

Por un precio razonable, casi regalado, daría al comprador las llaves de todas y cada una de las habitaciones, es decir, la contraseña de blogger con la que poder acceder a este hotel junto a la vía y, una vez dentro, podría el comprador en cuestión decorarlo a su antojo. (Agradecería que se anunciase por doquier la venta de mi hotel, se ruega que el comprador sea una persona solvente y responsable, agradecería también un breve currículo).



B) Realizar un suicidio ejemplar.

Quitarme de en medio pero seguir en el candelero. Sí, últimamente me ha dado por pensar que no estaría mal seguir el blog de un suicida, alguien que habiéndose quitado la vida hubiese dejado cientos de entradas programadas para que vayan apareciendo, por ejemplo cada miércoles, por ejemplo a las 9:00 horas, como si aquí no hubiera pasado nada. En definitiva, mantener vivo mi hotel habiéndome ido un poquito más allá.



Estas son las dos opciones que he sopesado. Cada cual más ridícula, lo sé. Aunque no dudo que, cualquiera de las dos, funcionaría a las mil maravillas, y, lo que para mí es más importante, no tendría que dejar en la calle, en pleno invierno, sin tener a donde ir, algunos con familia numerosa, ni a uno sólo de mis queridos, estimados y apreciados huéspedes. Les ruego me den su opinión sobre mis planes. Aunque he de confesarles que tal vez, por mucho que opinen, cuando sus opiniones aparezcan ya esté decidido el futuro de este hotel.



Les saluda, siempre junto a la vía, atentamente,



la dirección del hotel.

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La muerte de Marat (1793), pintura de Jacques-Louis David

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estrümd dim tart em dermtümd

jueves, 1 de enero de 2009

Un poquito más allá




Cuando leas esto, cuando llegues a final de este sendero de palabras que aquí araño, me habré ido lejos. Cuando leas esto, con toda probabilidad, miraré por la ventana. Contemplaré un paisaje nevado. Observaré a los caballos en su ir y venir en busca de algo que pastar. Cuando leas esto, no estaré, o, de estar, estaré allí. Allí. No aquí. No en un hotel. Ya no estaré aquí, no estaré junto a la vía. Estaré allí. Allí o, con toda probabilidad, un poquito más allá.