jueves, 30 de abril de 2009

H1N1

Joaquín Sorolla (1863-1923) retratando una piara de cerdos.
.Hoy, según los medios de comunicación, se estaría jugando la vida.
.
.
.

Cerdos pintados por Sorolla.

Si pincha usted sobre el cuadro, accederá a MEATRIX.

John Singer Sargent (1856-1925)

.
.

Pintura de John Singer Sargent

.

John Singer Sargent en su estudio

.

.

.


Fotografía que nada tiene que ver con el ilustre pintor americano que, nacido en 12 de enero de 1856, fue conocido durante toda su vida como John Singer Sargent.

.
.

lunes, 27 de abril de 2009

Un blog portuqués

Fotografía de Mário Cravo Neto
:
:
:

He descubierto esta mañana un interesante blog portugués, el blog de Isabel Victor. Con la sorpresa de que allí me he topado con una fotografía realizada por mí (la del anciano que lee una novela policíaca en la ventana) y el texto sobre Lisboa que hace unos días dejé por aquí. Y ha sido una grata sorpresa. Pensar que tras haber pasado, hace bien poco, unos días en Lisboa, de repente hay gente de por allí que, como por arte de magia, lee lo que uno escribe desde la ciudad que inspiraron esas palabras; estas sorpresas blogosféricas son las cosas que hacen que uno quiera seguir con todo esto y de vez en cuando, a veces con mayor o menor tino, dejar por aquí palabras que siguen a otras palabras que a su vez siguen a otras palabras y, así, como vagones de un tren a punto de descarrilar, seguir y seguir empujando esas palabras hasta que por fin llega otro texto a la estación del punto final.


He aquí la dirección del blog: http://isabelvictor150.blogspot.com/



viernes, 24 de abril de 2009

La vida secreta de los vencejos

<>
<>
<>

Recuerdo un árbol en mitad de un prado. Recuerdo a los vencejos revoloteando sin cesar. Recuerdo que era un día de mucho calor. Recuerdo tus chanclas amarillas. Recuerdo una extraña hebilla verde en tu cabello cobrizo. Recuerdo tu voz, explicándome la vida de los vencejos. Recuerdo que me contaste que son aves que pasan la mayor parte de su existencia en el aire. Que sólo se posan para poner los huevos, incubarlos y criar a sus polluelos. Que permanecen en vuelo ininterrumpido durante nueve meses al año. Que se aparean en el aire, como acróbatas celestes. Que las crías, una mañana, abandonan el nido de manera súbita, sin necesidad de aprendizaje alguno, y no retornan a él jamás. Que se alimentan de plancton aéreo, minúsculos insectos voladores que son atrapados mientras mantienen constantemente sus picos abiertos al volar. Que, de noche, se elevan hasta los dos mil metros de altura y allí, mientras continúan volando, duermen. Que durante el sueño, su aleteo se reduce de sus habituales diez movimientos por segundo a siete movimientos por segundo. Que, debido a tan extraños hábitos aéreos, todavía se desconocen muchos detalles de la vida de los vencejos.

Recuerdo que de repente te quedaste en silencio. Recuerdo que entonces nos miramos a los ojos. Recuerdo que al girarme derramé la coca-cola. Recuerdo que no le diste importancia. Recuerdo tus labios y recuerdo el beso. Recuerdo que me sentí como un aunténtico vencejo.

Recuerdo, también, que hacía ya mucho tiempo que no recordaba todo esto.


<>
<>
<>


jueves, 23 de abril de 2009

A contracorriente

Escena de El hombre invisible
.
.
.

A contracorriente. A veces. Sí.

A veces disfruto caminando a contracorriente. No siempre, no mucho, pero un poquito sí. Qué le voy a hacer, soy así, maniático por naturaleza pero sin acritud alguna. Y desde hace algún tiempo, cada año, el día del libro, realizo un ritual que consiste en no abrir, ni comprar, ni tocar, ni por asomo, ni un solo y puñetero libro. Es el único día del año en que no manoseo uno de esos artefactos llenos de hojas de papel. Por mucho que perciba un escozor irresistible y mis manos se sientan terriblemente atraídas por el hecho de agarrar y ojear un libro (por ejemplo La Biblia) no lo hago, busco en mi interior la suficiente fuerza de voluntad y, como aquel que intenta dejar de fumar, aguanto hasta que llega la media noche y es entonces cuando me levanto de un brinco de mi confortable cama y corro hasta los cuatro anaqueles en los que apilo, con desorden, los libros de toda una vida.

Así es, el día del libro huyo de todos y cada uno de los libros que pueblan el mundo. Como mucho, al final del día, salgo de casa y me dejo caer por una tienducha de compraventa de todo tipo de objetos para librarme de los libros que me sobran. Todos aquellos libros que compré durante el año y no me gustaron o me aburrieron, los vendo por cuatro míseras perras que, con suerte, me darán para pagar un café cuando la noche haya conquistado ya la ciudad sin remedio alguno y nadie repare en la presencia de una persona sin libros en sus manos.

jueves, 16 de abril de 2009

Ocho días en Lisboa




En Lisboa los portales poseen timbres individuales para cada piso, timbres que se amontonan unos encima de otros en la superficie de las puertas formando extraños mosaicos. En Lisboa los policías charlan en la calle sobre la colonia que utilizan, dándose a oler sus muñecas, mientras los tullidos no les quitan ojo. En Lisboa, asomados a las ventanas, los ancianos leen y releen novelas policíacas al caer la tarde. En Lisboa, desde lo alto del elevador de Santa Justa, a eso de la una del mediodía, puede verse a dos dubitativos suicidas charlando de pie sobre un tejado. En Lisboa, los sex-shops, por lo que he podido comprobar, son la mar de pudorosos. En Lisboa hubo una vez una empresa de limpieza de chimeneas, fundada en 1861, llamada A Lisbonense, situada sobra una floristería llamada A Gardenia. En Lisboa los tejados no parecen reales. En Lisboa hay pensiones que invitan a pensar. En Lisboa, a la hora del aperitivo, las parejas se sientan en las terrazas y hablan entre susurros que nadie más puede escuchar. En Lisboa los tranvías son como animales que engullen a las personas y así, en sus vientres, mientras hacen la digestión, las transportan por toda la ciudad. En Lisboa hasta los maniquíes se sientan al sol con la mirada perdida. En Lisboa los andamios son individuales, las calles tan solitarias como los andamios y la saudade puede contemplarse hasta en los zapatos de tacón de las mujeres sin prisa.




















Sex-shop lisboeta



Pensión lisboeta



Letreros lisboetas


Andamio lisboeta



Timbres lisboetas



Tejados lisboetas



viernes, 3 de abril de 2009

Un pintor italiano: Felice Casorati

Conversazione platonica



Fotografía de Felice Casorati (Navora, 1886-Turín, 1963)

:


El gran pintor italiano Felice Casorati comenzó a pintar a los dieciocho años, cuando, a raíz de una enfermedad que le obligó a pasar un mes en el campo, alejado de su amado piano, su padre le regaló una caja de pinturas. Así fue como empezó a realizar retratos expresionistas de su madre y sus hermanas, a lápiz y a pastel.

Años más tarde se gradúa en derecho en la Universidad de Papua y continúa pintando cada día.

En 1907 participa por primera vez en la Bienal de Venecia.

Con los años, la pintura de Casorati se verá influida por los grandes maestros del Quattrocento como Mantenga, Rafael o Piero della Francesca.

Al estallar la Primera Guerra Mundial es llamado a filas. Durante aquellos años realiza dos grandes pinturas antimilitaristas. Cuando regresa a Italia, en Turín, se reune con el antifascista Gobetti y los Amigos de la Revolución Liberal, a quienes se une en 1922 y por lo que es detenido en 1923 durante unos días.

A finales de los años treinta Casorati gana el Premio de Pintura de la Bienal de Venecia, el Premio Carnegie en Pittsburg en 1937, el Grand Prix de París en 1938, otro gran Premio en San Francisco en 1939 y de nuevo el Premio de la Bienal de Venecia en 1942.

En 1962, un año antes de su muerte, a pesar de habérsele amputado una pierna debido a un coágulo de sangre, realiza 17 obras para la Bienal de Venecia de ese año.

El 1 de marzo de 1963, cojo y con ochenta y siete años, muere Felice Casorati en Turín.





Meriggio




Concerto




Huevos y libro




Limones y periódico




Los escolares



Fotografía de Felice Casorati en los últimos años de su vida