miércoles, 27 de octubre de 2010

VILA-MATAS PICTÓRICO (una conversación en las afueras de la mansión literaria)




Retrato de Enrique Vila-Matas realizado por Pablo Gallo



VILA-MATAS PICTÓRICO
(Una conversación en las afueras de la mansión literaria) 
por Álex Nortub 

20 de octubre de 2010. En un café de la Diagonal (Barcelona)
Tras atendernos con una amabilidad desmedida y servirnos lo que acabamos de pedir, el camarero nos interrumpe cada dos por tres con absurdas preguntas sobre el estado de nuestras consumiciones. Por un instante temo que pretenda sabotear la entrevista. Supongo que es una de esas situaciones extrañas que suceden cuando uno se encuentra cerca de Enrique Vila-Matas. Poco después deja de atosigarnos y, aunque permanece tras la barra sin quitarnos ojo, comenzamos a charlar susurrando y mirando hacia los lados, como si fuésemos un par de espías intercambiando secretos.


Hace tiempo que me llama la atención que nunca te pregunten por las muchas referencias a pintores en tu obra, pintores como Francis Picabia, Georgia O´Keefe, Paul Klee, Edward Hopper, Giorgio Morandi o, más recientemente, Vilhelm Hammershøi en tu novela Dublinesca. Me pregunto de dónde viene ese interés tuyo por la pintura. ¿Tiene algo que ver que tu hermana Tere se haya dedicado a ello, concretamente a la pintura oriental según cuentas en Dietario voluble?

            Mi hermana Tere, gran pintora, lleva más de cuarenta años sumergida en las técnicas y filosofías de la pintura tradicional de China, y lleva ahí sumida en ese extraño y atractivo mundo –en este país pocos habrán que dominen la técnica de la pintura oriental como ella- sin haber hecho ruido, con una pulsión poética infinita, de obra admirable, secreta para tanta gente, aunque no para mí y para algunos, que hemos ido siguiendo su evolución estética a través de los años… Y sí, es curioso. He hecho casi doscientas entrevistas acerca de Dublinesca (en Francia, en Venezuela, Colombia, Perú, Argentina, México, España…) y nadie me ha preguntado por Hammershøi, por ejemplo, cuando trabajé como un loco toda la novela teniendo a la vista su cuadro sobre el British Museum. Lo veía tanto cada día y a todas horas mientras escribía mi novela que cuando fui a Londres y por casualidad llegué a Montague Street supe desde el primer momento que, aunque cambiada, aquella era la calle del cuadro de Hammershøi, que estaba dentro del cuadro y de mi propia novela. De no haber estado dentro del cuadro, es decir, de no haber pisado Montague Street, no habría podido detectar esa presencia de fantasmas en toda la calle. Y sí, es raro que nadie –de entre tantas entrevistas- me haya preguntado nunca por Hammershøi cuando uno de sus cuadros juega un papel determinante en mi libro. Para mí es la prueba de que me entrevistan sin haber leído bien la novela. Eso trae luego como consecuencia  que la gente clasifique o juzgue mis libros sin haberlos leído.

Pintura de Tere Vila Matas

Da la casualidad que los pintores mencionados en tus últimos libros son más bien realistas, como Hopper, Morandi o Hammershøi, pero al mismo tiempo transmiten cierta sensación de irrealidad, cierta atmósfera metafísica e inquietante. Podría decirse incluso que, con ciertas diferencias, son pintores de lo que pasa cuando parece que no pasa nada. No sé si sientes el mundo de esos pintores cercano al de tus libros. Quizá te hayan influido de alguna manera.

Son pintores –Hopper y Hammershøi sobre todo- obviamente literarios. De Hopper recomiendo encarecidamente el libro que sobre él escribió el poeta Mark Strand (en castellano se encuentra en Lumen). Con Hammershøi di vueltas durante una temporada con Dominique González Foerster alrededor de su lienzo Las cuatro habitaciones. Pensamos en una instalación de Dominique que tuviera esa estructura de espacios caseros vacíos. De hecho, Dublinesca, si lo pensamos bien, tiene tres habitaciones, tres únicos capítulos (mayo, junio, julio), quedando la cuarta habitación abierta al misterio.
Siempre he pensado que Dublinesca dispondría de un mecanismo infalible de relojería si no fuera porque el autor parece haber dejado sueltos algunos cabos, y no precisamente los menos inquietantes. Hay quien cree que Riba en las últimas páginas está muerto. Si es así, podemos perdonarle.

Las cuatro habitaciones, pintura de Vilhelm Hammershoi


Son además pintores obsesionados con un tema. Hopper se dedicó a retratar la soledad de la vida norteamericana, Hammershøi pintó una y otra vez esas habitaciones a menudo vacías que mencionas ¿Te identificas con esa obstinación a la hora de escribir?

Ricardo Piglia salió al paso de algunos imbéciles que me veían obsesivo en mis libros y creo que me veían también metaliterario. Y siempre dale con lo de obsesivo y con lo de metaliterario. Pero, ¿han visto alguna vez algo diferente al Beato Martín Garzo o al Susocabosargento de Toro? Habla Piglia: “La cuestión, a mi modo de ver, no es si Vila-Matas es metaliterario o no lo es, la cuestión está en si hay o no pasión. Y la hay en las novelas de Vila Matas. No importa si el personaje se dedica a pegar estampillas o está dedicado a hacer un gran complot. Lo que importa es su obsesión y allí están los personajes de Vila Matas, dando vueltas alrededor de una obsesión. Creo, por otro lado, que las narraciones de Vila Matas están en el punto más avanzado en el que se encuentra la novela. Sebald, Magris, John Berger o Borges forman parte de esa serie de escritores que narraron el hecho de narrar e incorporaron el ensayo, la autobiografía y elementos de aventura en el interior de un proceso narrativo mucho más moderno que el de la novela clásica”


Pintura de Edward Hopper


De vez en cuando también aparece algún museo en tus libros; pienso ahora en un cuento de Suicidios ejemplares que me gusta mucho, Rosa Schwarzer vuelve a la vida, en el que la acción comienza en un museo de Düsseldorf ¿Acostumbras a perder museos? ¿Hay alguno que recomiendes o hayas frecuentado más que otros?

En la placita de Furstenberg de París está el que fue el último estudio de Delacroix, hoy convertido en un pequeño museo que lleva el nombre del pintor. La plaza era, según los surrealistas, uno de los siete lugares mágicos de la ciudad. Allí rodó un film surrealista mi amigo Udolfo Arrieta (no le gusta llamarse Adolfo por lo de Hitler). Hay acerca de la plaza litografías de Dalí (espantosas), de Hockney… Antes había unos bancos, debajo de las farolas del círculo central de la placita. Los quitaron (muchos clochards inteligentes dormían allí) y es una pena porque eran geniales esos bancos; uno, al sentarse, notaba que había en ellos una cierta electricidad que parecía conectarte con otros mundos. El museo Delacroix me hace feliz visitarlo cuando voy a París porque tiene un jardincito tranquilísimo, en el interior del inmueble, y allí yo fumaba marihuana en las mañanas parisinas de entonces. Era una combinación perfecta: la paz mental, mezclada con la impresión de estar en el jardín en el que tantas horas pensó sus cuadros Delacroix. La placita, por superstición, me traía (me trae todavía) suerte, aunque la exterminación de los bancos ha estropeado la potencia de la corriente surrealista. El museo, en todo caso, me comunica con el arte. Con el arte de la memoria, diría. Voy allí a recodar viejas alegrías en el jardín. También me fascina el Museo Moreau de París. De entre los nuevos, el Tate Modern.


Museo Delacroix, París


En alguno de tus artículos hablas sobre pintores contemporáneos, como por ejemplo Miquel Barceló ¿Qué te atrae de la manera en que trabaja un pintor de nuestro tiempo?

De Barceló me gustan muchos de sus grandes cuadros, pero sobre todo que sea como Picasso, que ande siempre manchado de pintura. Antes hablábamos de obsesiones. Me gusta Barceló porque es obsesivo, todo el día, todo el rato, es siempre, siempre, un pintor. Me gusta la gente que le gusta lo que hace, que es exagerada con lo que le gusta. Durante demasiado tiempo, los literatos catetos españoles me recriminaban que fuera demasiado escritor. Habrá que montarles un asilo ahora a todos, en Tremencrapiello del Asnodemora, donde no hay plazas Furstenbergs. 


Pintura de Miquel Barceló


Hablando de pintores obsesivos, hay uno al que siempre he admirado muchísimo y que mencionas en varios de tus libros, se trata de Paul Klee, tan presente en aquel museo de Düsseldorf ¿Recuerdas cómo llegaste a él?

Por ese impagable libro de Gershom Sholem Benjamin y su ángel. Como sabes, toda la obra de Walter Benjamin estuvo bajo la protección del ala de una imagen: la que aparece en el cuadro de Klee que conocemos como Ángelus Novus. Sholem relaciona ese cuadro con el texto de Benjamin en el que éste reveló su nombre secreto, Agesilaus Santander. La riqueza de pensamiento de Sholem en ese libro es impresionante… En cuanto al museo de Dusseldorf, tendré que volver algún día. La vigilante de las últimas salas de Klee –hablo de la vigilante en la vida real, la que inspiró mi relato, hablo del otoño de 1989- se me acercó para decirme en alemán que sonaría una alarma si me arrimaba tanto al lienzo. Orlando Grossegesse, amigo y traductor al alemán de Una casa para siempre, me tradujo precipitadamente lo que había dicho la vigilante, o quizás yo entendí mal, el hecho es que entendí que Orlando me decía que la señora vigilante vivía alarmada, que nos había dicho eso: que vivía alarmada. “¿Por Klee?”, le pregunté a Orlando. Silencio. Nacía un cuento.


Ángelus novus, pintura de Paul Klee


Es curioso, ha habido siempre escritores a los que les da por pintar (Goethe, Max Aub, John Berger…) y pintores a los que les da por escribir (Paul Gauguin, Salvador Dalí, Eduardo Arroyo…). Ha habido también grandes colaboraciones entre escritores y pintores, no hay más que recordar las ediciones de Ambroise Vollard. Hay quienes ven en la pintura abstracta la gran pintura y reniegan de cualquier tipo de retórica o connotación literaria ¿Cómo ves las relaciones entre literatura y artes plásticas?

            No sé qué decirte, no pienso mucho en eso. He entrado en una dinámica de colaboraciones, primero con Sophie Calle, y ahora con Dominique González Foerster, pero mis relaciones han atañido sólo a la escritura y la vida (en el caso de Sophie Calle) y a la escritura y las “instalaciones” duchampianas (en el caso de DGF), donde hay un campo virgen genial para recorrer. No sé pintar y no lo intentaré nunca. Sólo me interesan los pintores que son poetas, y no hay muchos, la verdad. El único pintor que ha escrito mejor que pintaba es Dalí, pero Dalí nunca dejó de ser un pintor (lo cual es un misterio para mí, pues hasta yo le veo como un pintor aún sabiendo que era un gran escritor; quizás le quiero castigar por no haber sido un escritor desde el primer momento; claro que le habría costado mucho dinero dedicarse sólo al encierro de la escritura… Últimamente fotografío los cuadros que el azar dispone en las habitaciones de hotel en las que duermo. Esos lienzos casuales van componiendo por sí solos una trama, se organizan misteriosamente como argumento. Dejaré de hacer esas fotografías el día en que entre en una habitación de hotel en la que, viendo el cuadro, descubra que ya estuve anteriormente en ella… Lo que está claro –mejor dicho, lo que descubro gracias a estar hablando ahora contigo- es que el mundo del arte no ligado de forma muy concreta a la literatura no para de generarme ideas, tal vez porque hablar de lo pictórico es para mí como salir afuera de la mansión literaria a fumar un cigarrillo. El aire es ahí más fresco. Son unas afueras que he frecuentado poco.


Instalación de Dominique González Foerster, perteneciente a la serie Six rooms for Enrique Vila-Matas


Aunque las hayas frecuentado poco y digas que nunca vas a intentar pintar, realizas siempre, en tus dedicatorias, un mismo y misterioso dibujo de un hombre con abrigo y sombrero. Quizá un autorretrato, aunque no parece que utilices sombrero. Lo cierto es que ese dibujo representa bastante bien a los protagonistas de tus novelas. Tengo curiosidad por saber cuándo empezaste a hacerlo y cuál es la razón que te ha llevado a repetirlo una y otra vez (me atrevería a decir que de manera obsesiva) a lo largo de los años.

             Precisamente empecé a hacerlo en otoño del 89 en mi viaje por Alemania. No sé por qué esbocé un sombrero a lo Pessoa en una dedicatoria y repetí el dibujo a tres o cuatro lectores más y me pareció que éstos se iban encantados, como si mi sombrero le diera más valor, en todos los sentidos, al libro. Estábamos en Stuttgart y el dueño de la librería en la que firmaba me caía antipático, porque me había parecido que se comportaba de forma muy tacaña conmigo (fue el único en toda la gira alemana que no me buscó hotel y me hizo dormir en su casa, rodeado de dibujos de amigos poetas que le habían felicitado en su sesenta aniversario; es más, la habitación en la que me había hecho dormir, tenía una placa en la entrada en la que se leía: “Habitación de los poetas”; bueno, no  pude dormir en toda la noche, no sabes lo juerguistas que son los poetas cuando ejercen de fantasmas). El hecho es que el último libro que firmé aquel día se lo firmé al librero de Stuttgart y no le puse el dibujo. Al poco rato, vino enojadísimo (como si le hubiera costado dinero que no le hubiera colocado allí el dibujo del sombrero), exigiendo que completara mi dedicatoria. “¡Quiero el dibujo!”, gritaba. Me montó un número tan grande que desde entonces no me atrevo a no hacer el dibujo por miedo a que vuelva a repetirse aquel escándalo.



ENLACES:








 Strand                                         Scholem


Hopper                                       Hammershoi





Klee         Barceló          Delacroix


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martes, 26 de octubre de 2010

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VILA-MATAS PICTÓRICO

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"Hago mal en engañarme a mí mismo. En realidad yo no pinto nada. No pinto nada en la vida, pero es que, además, no pinto. Jamás pinté un cuadro. Cierto es que aún soy joven, que tengo una esposa guapa e inteligente, puedo viajar a donde me plazca, quiero mucho a mis dos hijas, pero todo eso es tan cierto como que nunca he pintado nada, ni un solo cuadro. Tal vez por eso marcho ahora triste por la rua Garrett, sintiéndome como un vagabundo y pintando (tan sólo mentalmente y sin lograr completarlos nunca) ciertos recuerdos de infancia. Pienso que si Horacio Vega, mi amigo Horacio, que ahora debe estar en su despacho, pudiera verme, se reiría con todas sus fuerzas. Ya en los días colegiales solía advertirme de mi tendencia a no acabar nunca nada.
- Ni los tebeos –me decía-, jamás terminas nada de lo que veo que empiezas."

Enrique Vila-Matas
Fragmento del cuento Muerte por Saudade (Suicidios ejemplares)



lunes, 25 de octubre de 2010

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VILA-MATAS PICTÓRICO

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Pintura de Vilhelm Hammershøi


“En los cuadros de Hammershøi siempre está el pintor, con sus imágenes tenaces dando vueltas alrededor de su insistencia por los espacios vacíos en los que aparentemente no sucede nada y, sin embargo, sucede mucho, aunque lo que pasa, a diferencia de lo que ocurre en cuadros de artistas como Edward Hopper por ejemplo, no puede llegar a cuajar nunca como material para novelistas ortodoxos. No hay acción en sus cuadros. Y a todos ellos, sin excepción, los impregna una actitud muy firme: tras la calma extrema y la inmovilidad, se percibe el acecho de un elemento indefinible y tal vez amenazador.”

Enrique Vila-Matas
Fragmento de Dublinesca


Vilhelm Hammershoi

domingo, 24 de octubre de 2010

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VILA-MATAS PICTÓRICO
(inicio de la cuenta atrás)
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El príncipe negro, pintura de Paul Klee

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"Al fondo de este museo de Dusseldorf, en una austera silla del incómodo rincón que desde hace años le ha tocado en suerte, en la última y más recóndita de las salas dedicadas a Klee, puede verse esta mañana a la eficiente vigilante Rosa Schwarzer bostezando discretamente al tiempo que se siente un tanto alarmada, pues desde hace un rato, mezclándose con el sonido de la lluvia que cae sobre el jardín del museo, ha empezado a llegarle, procedente del cuadro El príncipe negro, la seductora llamada del oscuro príncipe que, para invitarla a adentrarse y perderse en el lienzo, le envía el arrogante sonido del tam-tam de su país, el país de los suicidas."

Enrique Vila-Matas
Comienzo del cuento Rosa Schwarzer vuelve a la vida (Suicidios ejemplares)

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Paul Klee


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sábado, 23 de octubre de 2010

DIARIO POÉTICO (17)

Escena de Fantomas, Louis Feuillade, 1913


Subo. Comienzo a recitar algunos versos escritos ayer. No tardan en mofarse de ellos. De mí. Primero unos comentarios jocosos. Después insultos y gritos. No me escucho. Levanto la voz y continúo recitando. Me intuyo. Los gritos e insultos crecen y crecen y anegan la sala hasta la claustrofobia. Se levantan entonces de sus asientos y se dirigen hasta donde estoy. Me arrancan los papeles de las manos. Continúo recitando de memoria. A grito pelado. Me tapan la boca. Me zarandean. Me tiran del pelo. Me dan empujones lanzándome de aquí para allá como si fuese un balón. Terminan por tirarme al suelo. Me dan patadas y un sinfín de puñetazos. Alguien me escupe en la cara. Me retuerzo en el suelo. Siento la sangre correr nariz abajo. No tarda en bañar mis labios. Me retuerzo como una lagartija moribunda. Toso. Escupo. Jadeo. Intento gritar. Poco después veo como se alejan riendo y bromeando y sin mirar atrás. Continúo en el suelo. Mis ojos entornados comprueban con alivio la soledad que me rodea. Me toco la cara, el vientre, las piernas. El dolor inunda cada centímetro de mi anatomía. El dolor. El dolor. El dolor. Latiendo en el interior del mapa de mi piel. Menos mal que sólo es una vez a la semana, me digo, el día del recital en el taller poético. Menos mal. Una vez a la semana. Y estoy aprendiendo tanto.


miércoles, 20 de octubre de 2010

FELIZ QUIEN COMO ULISES HA HECHO UN LARGO VIAJE

Feliz quien como Ulises ha hecho un largo viaje I
(Eduardo Arroyo, 180 x 220 cm, óleo sobre lienzo, 1977)



"Me considero un pintor que escribe, no he dejado de escribir y seguiré escribiendo. Toda mi vida ha estado marcada por la literatura, soy un pintor al que es más fácil encontrar en una librería que en un museo".

“Había algo absurdo en querer escribir e irte a París, según ganabas fuerza en la lengua francesa perdías tu lengua, luego vino la confusión con el italiano creando una extraña ensalada. Yo dibujaba desde niño, publicaba caricaturas a los 14 años, y cuando llegué a París comprendí que podía decir ciertas cosas mejor con la pintura que con la literatura. Sin darme cuenta, me convertí en pintor ayudado por una serie de azares afortunados como encontrar una galería sin buscarla y vender. Gracias a ellos, rápidamente me convertí en pintor”.

"La coherencia de mi pintura es la incoherencia de mi estilo. El detonante fue la ausencia de una formación escolástica. Mi manera de pintar era ajena a cualquier tradición académica. Eso en París, en un momento en el que se luchaba contra la abstracción reinante, produjo rápidamente un interés por una manera de pintar que sigue siendo reconocible hoy".

"Creo que cuando el motor no funciona hay que echarle gasolina y antes de que te llegue la angustia hay que echar mano del periódico, algo fundamental, luego de algún libro, preferiblemente poesía, y darte una vuelta por la calle y empezar a mirar. Con esas tres cosas sales del atolladero. Luego, cuando empiezas a pintar, entras en otra dinámica en la que van llegando otras cosas. El cuadro te absorbe hasta el punto de que no dejas de pintar ni durmiendo, la obsesión es enorme. Te fajas con ese objeto animado, te peleas con él durante unas semanas y cuando le ponen contra la pared, porque ya está terminado, en ese momento te llega algo del cuadro venidero".

"Se ha creado una situación insoportable, una cosa que se llama doble mercado. Yo conocía un solo mercado, el de la oferta y la demanda, el del coleccionista, en el que llegabas a un museo cuando tenías 80 años, no como ahora que entras con 20. Se ha creado un segundo mercado en el que por un lado está el coleccionista privado que arriesga su dinero y por otro el estado que fomenta la presencia de artistas que trabajan sólo para los museos del estado. Son obras que sólo caben en museos y que les encargan los museos de las diferentes comunidades autónomas. Yo cuando pinto no se para quien lo hago ni si venderé el cuadro".

Eduardo Arroyo entrevistado en el periódico La Vanguardia en marzo de 2009




Feliz quien como Ulises ha hecho un largo viaje II

(Eduardo Arroyo, 220 x 180 cm, óleo sobre lienzo, 1977)




Eduardo Arroyo





viernes, 15 de octubre de 2010

TARKOVSKY Y EL AMOR

Valentin Zubkov y Valentina Malyavina en La infancia de Iván. 1962, Andrei Tarkovsky


"Para mí el amor es la suprema manifestación de la comprensión mutua, y esto no puede ser representado por el acto sexual. Todo el mundo dice que si no hay "amor" en una película, es a causa de la censura. En realidad no es "amor" lo que se muestra en la pantalla con el acto sexual. El acto sexual es, para todos, para cada pareja, algo único. Cuando se pone en las películas, es todo lo contrario. " Andrei Tarkovsky


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viernes, 8 de octubre de 2010

AQUÍ / NO EN OTRO LUGAR




Ayer cometí una estupidez enorme, descomunal, una estupidez del tamaño de una catedral, creo que hacía mucho tiempo que no cometía una estupidez de tal envergadura. Resulta que, con eso de que el 10 de octubre hace dos años que abrí las puertas de este hotel, me dio por ojear entradas antiguas, textos que escribí de un día para otro tan solo para publicarlos aquí, textos que nunca corregí, textos que no había vuelto a leer. Y me parecieron vergonzosos. Y me dio por pensar en quien los podría haber leído, o en esas personas que me han enlazado sin conocerme, y la vergüenza fue en aumento. Pensé también que esos textos podrían dividirse en dos grupos 1) Vaguedades 2) Obviedades. Escribir deseando en realidad haber sido pintor es vergonzoso. ¿Por qué lo hago entonces? ¿Cuál es el motivo que me empuja a escribir aquí con frecuencia? A veces me digo que si todo el tiempo que he empleado en escribir estos textos fallidos lo hubiese empleado en otra cosa, todo sería distinto ¿Pero qué significa distinto? Distinto no significa mejor. Distinto sólo significa distinto. Distinto no significa nada. Creo que la búsqueda de ciertos significados es lo que me ha llevado a escribir aquí. Nada que ver con la búsqueda de uno mismo. No necesito buscarme, sé que no me voy a encontrar. Creo que al final escribo aquí para saber por qué escribo aquí. Se ha convertido en un bucle infinito, en la única razón. Bueno, la única no, digamos que también escribo aquí para que alguien me lea. Pero si pienso en ello, la vergüenza aumenta a pasos agigantados y tengo que olvidarlo porque de otra manera no escribiría aquí. Si me da por pensar en que alguien puede leer esto que escribo, me tiemblan los dedos y teclear se convierte en un suplicio. Como ahora. Ahora que pienso en que tú estás leyendo estas líneas, tú, frente a la pantalla, sí, hablo de ti, me pone nervioso que estés leyendo esto que escribo, me dan ganas de dejar de teclear pero al mismo tiempo no puedo dejar de hacerlo, es algo horrible que a la vez se convierte en algo placentero; pero preferiría olvidarte, preferiría hacerlo, creo que así todo sería mucho más fácil, sin pensar en ti, sin pensar en el otro lado, tan sólo teclear y teclear y volver a teclear hasta olvidar que lo que estoy haciendo es escribir.
Y llegué a una conclusión, un tanto bobalicona si quieren: Debo escribir como quien se ata los zapatos. Eso me dije. Si escribo pensando en que lo que estoy haciendo es escribir, la cosa no puede funcionar. Eso es todo.
Aunque decir que eso es todo es decir demasiado. Lo reconozco, soy de esas personas que cambian de opinión con una facilidad pasmosa; y escribo con una facilidad pasmosa barajando la posibilidad de escribir con una facilidad penosa. Soy de esas personas sin la menor personalidad, sí. O quizás debiera decir, mejor, que soy de esas personas con demasiadas personalidades. Tantas personalidades tengo que todas terminan por diluirse hasta quedarme sin la menor personalidad. Esto no es tan triste como pudiese parecer. Fernando Pessoa lo sabía bien. Carecer de la menor personalidad debido al exceso de personalidades es de lo más llevadero. Siempre aflora alguna de mis personalidades para hacerse compatible con las impresiones de mi interlocutor. No es tan triste, no, tan solo un poco melancólico cuando pienso en las personalidades que he ido perdiendo por el camino como quien pierde países, libros o teorías. Perder una personalidad es inquietante. Una vez perdida, uno la busca durante algún tiempo sabiendo que nunca la volverá a encontrar. Se mira bajo la cama, en la parte superior del armario, en los bolsillos de la americana. ¿Dónde la habré puesto? Se pregunta uno con cara de idiota. Pero, una vez perdida, una personalidad no vuelve a aparecer. Se la lleva el viento. Las personalidades vuelan como las hojas de lo árboles en los parques desiertos los días más duros del otoño. Y es todo tan extraño que sólo se me ocurre seguir escribiendo. Aquí. No en otro lugar.



Fernando Pessoa
(pintura de Damián Flores)