viernes, 30 de mayo de 2014
miércoles, 28 de mayo de 2014
EL PROCEDIMIENTO
Pintura de Hendrik Van der Borcht
Dos meses después de haber
comprado un aparato tecnológico en una gran superficie, de un día
para otro, el aparato dejó de funcionar. Como estaba en garantía, me acerqué hasta
la gran superficie y allí me dijeron que el procedimiento era el siguiente: Ellos
me daban un número de teléfono de un servicio técnico al que yo debería llamar,
entonces el aparato sería recogido en mi domicilio y, 15 días después, me lo
devolverían arreglado o me darían uno nuevo, todo sin el menor coste por mi
parte. Con esta idea me fui a casa y al llegar llamé al número de teléfono del
servicio técnico y les explique mi caso. Tras darles la referencia del
producto, los del servicio técnico me dijeron que con ese aparato el
procedimiento era el siguiente: Debía acudir a la gran superficie y allí debían
devolverme el dinero o darme un aparato nuevo al momento, y si ponían alguna
traba, debían llamarles para salir de dudas. Con esa idea llamé por teléfono a
la gran superficie. Tras explicarles lo que me habían dicho en el servicio técnico,
me dijeron que en ningún caso seguían ellos ese procedimiento, que el
procedimiento era otro, que tendría que acercarme a la gran superficie y que
ellos mismos me tramitarían el envío del aparato al servicio técnico. Insistí
en el procedimiento que me habían explicado los del servicio técnico. La gran
superficie insistió en que el procedimiento correcto era otro. Al día siguiente
fui a la gran superficie y, educada pero tajantemente, les explique mi caso y
el procedimiento explicado por el servicio técnico, les di su número de teléfono
y les pedí que hiciesen el favor de llamarles. Para mi sorpresa, el chico del
mostrador dijo enseguida que sí con cara de circunstancia y desapareció por una
puerta cercana. Tras diez minutos de espera, reapareció y me dijo que sí, que
lo habían comprobado y que debían devolverme el dinero o darme un aparato nuevo.
La alegría que sentí en aquel momento, la alegría de meterles su puto
procedimiento por el culo, fue una de las mayores alegrías que he sentido en
los últimos diez años. Un instante después, una chica joven y decidida me
acompañaba por los laberínticos pasillos de la gran superficie para realizar el
ansiado cambio de mi aparato tecnológico.
martes, 6 de mayo de 2014
FERMENTO
Pintura de Benjamin König
FERMENTO (Fragmento de novela creciente)
A media tarde nos alejamos del
centro sin medir las consecuencias de nuestros pasos. Cuando llegamos a las
inmediaciones de la localidad surgieron las primeras dudas. Nunca antes
habíamos cruzado el límite. Llegamos a temer que la demarcación fuese el final.
Pero aquello sucedió hace muchos años. Hemos pasado demasiado tiempo lejos de
estar cerca de algo, cerca de estar lejos de nada, inmersos en el abismo de las
naderías cotidianas, retorciendo las palabras, intentando convertirlas en algo
parecido a frases, en un mínimo jugo que hidrate los párrafos. Es la sed de
nuestros dedos la que nos obliga a seguir tecleando. Nuestras uñas, astilladas,
son iluminadas una vez más por la pantalla en mitad de la noche. El sonido de
la yema de nuestros dedos, dando esos golpecitos, se nos antoja un
desequilibrado reloj cósmico, con su tic-tac-tic y su tac-tic-tac y hasta su
tic-tac-tac-tic-tac-tic-tic-tic sin el menor sentido. Dentro de nuestra cabeza
todo funciona de otra manera. Suenan chasquidos. Se quiebra. Se astilla. Como
nuestras uñas. Elástica escritura rota, nos decimos exhaustos. No nombramos. No
segamos. No recolectamos. Dejamos que sean otros quienes observen el brillante
horizonte que deslumbra un poco más allá, en las inmediaciones del vertedero
lingüístico. Sabemos que la peste literaria se extiende al ritmo de las grandes
superficies. El dulce hedor de sus palabras impregna las mentes huecas. Por
mucho que intentemos abstraernos, ahí está esa frontera maloliente, tumefacta,
una frontera que se inflama días tras día invadida por el alegre virus de la
desfachatez reinante. Con sus hienas, coyotes, lobos sarnosos, aves de rapiña
de muy variada procedencia, ratas, ratones, musarañas, libélulas podridas,
hormigas carnívoras, lombrices, gusanos, escarabajos peloteros, arañas
pelotudas, diminutos abejorros mutantes, moscones, avispas, asnos, hipopótamos,
tristes dinosaurios de biblioteca. Cruzamos la frontera-zoológico sin mirar
atrás, con los ojos cerrados, tanteando el terreno con nuestro hipotálamo. Las
heridas supuran una alegría contenida. Se ríen de lo que van dejando atrás. Perforaciones que llegan al hueso. Lo astillan hasta romperlo. Mientras, nos arrastramos hacia el no lugar.
Pintura de Benjamin König
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