No hace mucho, en el transcurso de una conversación en un café de la Diagonal, alguien me dijo: Después de todo, que diría Duchamp, también la ilustración del bote de Cola-Cao es imagen inspiradora.
Esta última frase hizo que me viniesen a la cabeza, de golpe, ciertos recuerdos de mi infancia que tienen que ver con el Cola-Cao. En aquellos tiempos, cada mañana, durante el desayuno, miraba la imagen del bote ensimismado. La miraba mientras mojaba las galletas en la leche, mientras las metía en la boca, mientras las injería; me atrevería a decir incluso que caía en una especie de trance y que no lo abandonaba hasta que mi madre chasqueaba los dedos porque se hacía tarde.
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En el dibujo del bote aparecían dos porteadoras de cacao. Eran dos mujeres negras. Una de ellas llevaba ya un cesto con las mazorcas del cacao en su cabeza. La otra parecía seleccionar las mazorcas que transportaría. El dibujo estaba realizado a base de manchas de colores planos, como si fuesen papelitos recortados. Recuerdo que el hecho de observar aquella imagen me daba fuerzas para acudir cada mañana al colegio, sobre todo los días de invierno, cuando todavía no había amanecido y la pereza y el odio a la escuela crecían en mí de una manera salvaje. Aquella imagen me transportaba a otro mundo, un mundo exótico y lleno de luz que iluminaba todas y cada una de mis mañanas.
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Siempre unía además aquella imagen del bote de Cola-Cao con las películas de Tarzán. Supongo que esto era debido a que, en esas películas, aparecen siempre porteadores negros que caen al vacío por precipicios intrincados mientras berrean como locos. No sabía yo entonces que aquellas películas, tal y como oí decir años después, eran racistas, ya que nadie se preocupaba ni lo más mínimo por el destino de aquellos porteadores. Por no saber no sabía ni siquiera entonces lo que era el racismo. Tan sólo visionaba boquiabierto aquellas películas deseando ver a Tarzán saltar de liana en liana, escucharle realizar su famoso berrido, estremecerme con sus encarnizadas luchas con cocodrilos o leones, observar con asombro las estampidas de elefantes que arrasaban poblados enteros…
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Recuerdo, cada mañana, acudir a la parada del autobús escolar subiéndome a todo lo que veía y, después, saltar mientras imaginaba que me lanzaba agarrado a una liana. Sí, yo soñaba con ser como Tarzán. Tener una novia llamada Jane que se vistiese con un trapito escaso. Tener una amante simia llamada Chita con la que vivir situaciones llenas de humor. Recorrer la jungla subido a un elefante mientras le rascaba detrás de las orejas. Vivir en una chabola en lo alto de un árbol y utilizar como despertador el canto de un tucán.
Hasta que una mañana, de camino a la parada del autobús, en uno de aquellos saltos agarrado a una liana imaginaria, me abrí la cabeza. Me hice una brecha en la que tuvieron que ponerme quince puntos de sutura. El sueño de verme convertido en un Tarzán de la vida se esfumó de un día para otro.
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Tiempo después soñé con ser como Elvis. Y más tarde como Klee. Y también como Lautreamont. Y hasta como el Dr. Jekyll y Mr.Hyde. Pero ya ninguno de aquellos sueños supuso un salto dilatado en los herméticos ramajes de mi jungla mental.
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4 comentarios:
Me ha gustado mucho,mucho.Te diría muchas cosas pero sería darle vueltas a todo lo que has escrito.
Saludicos.
Mucho me ha gustado a mí también, sigo disfrutando de la lectura tuya.
Casi todo el cine occidental sobre África es racista de uno u otro modo. Al menos "Tarzán" no engaña; celebérrimas películas como "Memorias de África" o, peor aún, "Grita libertad", queriendo ser tan bienintencionadas, son de un racismo demoledor. Me asquea ese paternalismo occidental hacia los "pobres". Por eso siempre bebí "Nesquick"; el conejito invitaba a otro tipo de reflexiones...
Saludos.
Yo no tuve elección. Cuando me dieron Cola-Cao nisiquiera sabía que existiese algo llamado Neskuís. Es lo que había. Y, bueno, iluminaba mis mañanas. Me siento en deuda con el Cola-Cao.
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