Me desperté en el suelo, aturdido y con una jaqueca espantosa. Observé mi ropa mientras fruncía el ceño. Llevaba puesto un frac y había un sombrero de copa a mi lado. Supuse que había asistido a una fiesta. Miré a mi alrededor. No reconocí el lugar en el que me encontraba. Parecía un piso pero sabía que no era el piso en el que vivo. La habitación estaba en penumbra. Mi cabeza también. Intenté recordar. Con mi ceño fruncido. Con mis cejas arqueadas. Con mis ojos entornados. Levanté la vista. Vi algo en la pared que llamó mi atención. Era una máscara, una mascara un tanto extraña. No puede evitar pensar en Eyes Wide Shut, la última película de Kubrick. Pensé en una escena de la última película de Kubrick y mi frente se relajó, mi ceño se aflojó. Pero enseguida volví a intentar recordar y mi ceño se arrugó de nuevo. Me levanté. Observé entonces muchas otras máscaras. La pared estaba repleta de máscaras. Máscaras y más máscaras que colgaban de la pared hasta llegar al techo. Me resultó muy rara tal colección de máscaras. La observé frunciendo el ceño y sentí miedo. Enseguida miré hacia otro lado. Desde donde me encontraba podía verse el interior de una habitación, podía verse una cama. Me asomé y pregunté ¿hay alguien ahí? Lo pregunté susurrando. No obtuve respuesta. No se escuchaba ni el menor ruido. El piso parecía estar vacío. Me dirigí a la que parecía la puerta de salida. Giré la manilla. La puerta no se abrió. Insistí. Nada. Cerrada. Miré a mi alrededor buscando una llave. Vi una sobre un aparador. Decidí probarla. La introduje en la cerradura y la giré. Clic. La puerta se abrió. Antes de salir me acerqué hasta el sombrero de copa, lo recogí y me lo puse. Después bajé unas escaleras, atravesé un enorme portal y salí al exterior. Me encontré en una calle desconocida. Eché a caminar sin rumbo. Llegé a una grandísima plaza que me resultó extraña. No parecía una plaza de la ciudad en la que vivo. Me crucé con un hombre al que le pregunté dónde estaba. Miró con asombro mi sombrero y dijo algo que no entendí, me respondió en un idioma desconocido. Es entonces cuando me di cuenta de que estaba en un país extraño. Es entonces cuando observé los rótulos de los bares y restaurantes que me rodeaban y vi que estaban en un idioma desconocido para mí, el idioma de un país al que no sabía cómo había llegado. Divisé entonces un ciber-café. Fruncí el ceño y entré. Nervioso, me senté ante un ordenador. Pinché sobre el símbolo de Internet Explorer. Escribí en Google el nombre de mi blog. Enseguida me encontré en el hotel junto a la vía. Pinché en Acceder. Escribí entonces mi nombre de usuario y mi contraseña. Pinché después en nueva entrada. Escribí todo esto que acabas de leer, subí un par de imágenes y pinché en publicar entrada. Por fin me sentí en casa.
The last performance (Conrad Veidt, 1929)
7 comentarios:
No sé si está peor el protagonista del relato o el de la foto.
Saludos.
Esta me falta...
Saludos.
Cosas que pasan, J.G.
Algo muy parecido me pasó no hace mucho. Aunque pueda parecer mentira.
Apúntala, Alfredo, pasarás muy buen rato viéndola.
Abrazos.
Entiendo muy bien esa sensación que describes tan bien. Imagino que las imagenes tan impactantes te lo han inspirado. Muy ingenioso. Un saludo
Un relato a lo Hitchcok en un escenario onírico, no muy alejado del tu casa. Hopper y Hitchcok tenían muchos puntos en común. Me ha gustado.
Así es, Concha, las imágenes siempre me inspiran. Un abrazo.
Así es, Anne, Hopper y Hitchcock son también, siempre, de gran inspiración, son dos de mis referentes. Un abrazo.
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