jueves, 2 de junio de 2011

CONTRA LA AMISTAD



Si el tema viniese a cuento y alguien me lo preguntase, me atrevería a decir que el poeta Eustaquio Farfallán es mi mejor amigo. Aún atreviéndome a decir esto, me atrevería a decir además que Eustaquio Farfallán no me cae bien, y cada vez que le veo me cae peor.
Considero que Eustaquio Farfallán es mi mejor amigo ya que, además de conocernos desde la infancia, hemos compartido a lo largo de los años numerosas situaciones personales, un sinfín de confidencias y nuestro desmesurado amor por las páginas web dedicadas a la vida y obra de Frank Sinatra. Me atrevería a decir, incluso, que siempre nos hemos llevado bien y nunca ha existido entre nosotros la menor aspereza. No creo que nadie me conozca mejor que Eustaquio Farfallán y que nadie conozca a Eustaquio Farfallán mejor que yo. Pero esta circunstancia no evita que, desde hace unos años, cada vez se me haga más cuesta arriba quedar con él una vez a la semana. Antes me parecía el tipo más gracioso del mundo, ahora sus chistes se han transformado en burdas bromas sin la menor gracia. Me atrevería a decir que no le soporto; no soporto su sonrisa, su tono de voz, sus gestos, esa manía suya de asentir sin ton ni son… no soporto, en definitiva, nada que tenga que ver con su persona. Me atrevería a decir que Eustaquio Farfallán ha cambiado en los últimos años, que no es el mismo ni por asomo, que fue abducido por alguna nave extraterrestre, que es en realidad un ser de otro planeta que ha suplantado a mi mejor amigo. Y en el fondo sé, aunque me duela reconocerlo, que el que ha cambiado he sido yo. Pero eso es lo de menos, otra historia, sin el menor interés. El problema reside en que no sé cómo deshacerme de Eustaquio Farfallán, cómo evitar esos encuentros a los que me veo obligado a asistir cada tarde de cada jueves, el día de la semana en el que compartimos una hora de nuestro tiempo, charlando y tomando unas cañas, siempre en la misma cafetería del centro de la ciudad. Alguna vez he inventado alguna excusa ausentándome así de nuestra cita semanal, pero no sé cómo cortar el asunto por lo sano, cómo dejar de ver a mi mejor amigo para siempre. Me gustaría olvidarle, perderle de vista, no volver a saber nada de mi mejor amigo durante el resto de mis días. Cuando se acerca una nueva cita, un nuevo y fatídico jueves, ideo siempre una manera para decirle que no podremos volver a vernos. La cosa nunca pasa de ahí, apunto la idea en una libretita y después no se la comento. Construyo siempre cada idea de tal manera que mi confesión no le haga daño, que no refleje mi descomunal antipatía hacia él. Pienso en decirle, por ejemplo, que tengo demasiado trabajo. O que estoy muy enfermo y me queda poco tiempo de vida. O que me he echado novia. Precisamente eso es lo que hice el año pasado, me eché novia durante tres meses, tan sólo para distanciarme de Eustaquio Farfallán. Se llamaba Mari, una mujer sosa y malencarada que no me atraía ni lo más mínimo. Fue la excusa perfecta para huir de mi mejor amigo durante una temporada en la que, lejos de su compañía y junto a una mujer a la que no amaba, me sentí el hombre más feliz sobre la tierra. Aquello no duró demasiado, enseguida Mari desapareció de mi vida, y me vi abocado a nuevas citas con Eustaquio Farfallán. Fue entonces cuando empecé a tener un sueño repetitivo, un sueño en el que acudo al entierro de mi mejor amigo. No es un mal sueño, nada tiene que ver con una pesadilla, es en realidad un sueño placentero, alentador incluso. Aparezco siempre silbando y sonriendo  mientras echo paladas de tierra al agujero en el que descansa el cuerpo sin vida de Eustaquio Farfallán. Cuando la tierra cubre todo su cuerpo, me despierto sintiendo un desasosiego feroz al comprobar que todo aquello que he soñado nada tiene que ver con la realidad.
Escribo todo esto un miércoles por la noche, escuchando My way de Frank Sinatra y temblando al pensar que mañana he de acudir, una vez más, a una cita con Eustaquio Farfallán. Anoto en mi libretita una nueva e inútil idea para acabar con esta maldición:
Idea nº 216
Contarle que el médico me ha dicho que tengo el colesterol por las nubes. Que debo hacer deporte. Que, a partir de ahora, todas las tardes de la semana, sin remedio, deberé que acudir al gimnasio.




3 comentarios:

39escalones dijo...

Bueno, el asesinato es un buen remedio clínico para rematar una hermosa y duradera amistad.
Saludos.

Marcos Callau dijo...

Excelente remedio. Y con Frank Sinatra siempre de fondo, para darle un toque de clase al crimen...jejeje

Eustaquio Farfallán dijo...

Puedes estar tranquilo, Álex.
No volverás a verme.
Nunca más.