Estoy a punto de salir del agujero. Me siento como un boy-scout en su primer día de excursión. Después de pasar todo el año en la madriguera, por fin voy a ver la luz. Llevaré gafas de sol, muy oscuras, claro, de esas que se utilizan para ver eclipses solares. No quiero quedarme ciego al primer vistazo. Así que esto se termina, de momento. Este hotel cierra sus puertas un verano más. La temporada alta me la paso por donde yo me sé. Pero el 1 de septiembre estaré de nuevo aquí. Regresaré a mi agujero con nuevas experiencias en el bolsillo. Y caramelos y pastillas de colores para todos.
Hay, entre otros, dos viajes que me apetece mucho hacer este verano. Uno será a Madrid, para ver las pinturas de Edward Hopper en las paredes del Museo Thyssen. El otro será a Bilbao, para ver las pinturas de David Hockney en las paredes del Museo Guggenheim.
Ayer me compré cuatro libros que nunca he leído. Al verlos en las estanterías de la librería en la que pasé media
tarde, sentí que no podía pasar este verano sin leerlos. Ahora están en
el interior de la maleta, cuando todavía no hay nada más
dentro.
La piscina en la que flota el sillón hinchable de color amarillo pertenece a un hotel de cinco estrellas. Sobre el sillón un hombre da un sin fin de sorbitos a un cóctel de piña. De vez en cuando mueve sus pies bajo el agua, los sacude de arriba a abajo haciendo que el sillón se desplace lentamente mientras oscila como si fuese una mecedora acuática. El hombre no sabe que en el fondo de la piscina hay una moneda de dos euros. Si lo supiera, es posible que bucease hasta allí para hacerse con ella.
El hotel está situado en uno de esos países que se caracterizan por aplicar un régimen tributario especialmente favorable a los ciudadanos y empresas no residentes que se domicilien a efectos legales en el mismo, con ventajas que consisten en una exención total o en una reducción muy significativa en el pago de los principales impuestos. De pronto, el hombre que está sentado en ese sillón hinchable de color amarillo que flota en la piscina del hotel de cinco estrellas, se atraganta con un diminuto pedazo de piña. Empieza a ponerse nervioso. A toser. A intentar incorporarse. Se lleva las manos al cuello. Lo presiona con fuerza. Abre mucho la boca. Suelta alguna arcada. No deja de toser agitando todo su cuerpo. Suelta el cóctel dejándolo caer al agua, y, tras gesticular violentamente, sacudiendo sus brazos, también él termina por zambullirse. Entonces continúa agitándose mientras desciende hacia el fondo de la piscina. Una vez allí, en el fondo, ve un objeto brillante que por una milésima de segundo le hace olvidar que se está ahogando.
En el mismo instante en que descubre que el objeto que brilla es una moneda de dos euros, recuerda las estrictas leyes de secreto bancario y de protección de datos que le ofrece el país en el que va a morir.
Ya flota en el ambiente el afrutado aliento de la huida. Jadea en mi cogote su ritmo sincopado. En pocos días subiré a un barco que me llevará lo suficientemente lejos como para olvidarme de todo esto, o eso creo, o eso quiero creer, o eso es lo que me gustaría que sucediese cuando navegue mecido por la amnesia de esa ausencia.
¿Puede uno escribir algo digno de ser escrito en pantalón corto y con el pecho al aire y observando cada letra a través de unos cristales oscuros y tecleando mientras duda continuamente de si lo que está escribiendo es algo digno de ser escrito en pantalón corto y con el pecho al aire y observando cada letra a través de unos cristales oscuros y tecleando mientras duda continuamente de si lo que está escribiendo es algo digno de ser escrito y continuar haciéndose esta misma pregunta hasta que el otoño se asome por el horizonte?
Para atravesar este verano voy a confeccionar una lista de canciones que sonarán en mi mp3 en cualquier momento del día o de la noche. Habrá de todo, aunque habrá menos samba y más rock and roll. Desde Tom Zé a la Velvet Underground, desde Gilberto Gil a Spacemen 3, desde Jobim a Bowie.Y mi esqueleto tiembla de solo pensarlo.
Hay una cosa que adoro en esta vida más que cualquier otra cosa que adore en esta vida: Las terrazas al sol de mediodía. Un vermouth y unas aceitunas, la brisa del asfalto quemando mi piel, el canturreo adolescente de las horas muertas tras las gafas de sol. Mi patria es cualquier terraza al sol de mediodía.
El verano me tiende su mano. Tararea con su cálida voz una canción que creía olvidada. Su melodía hipnotiza cada rincón de mi cerebro. El verano es una sirena que espera, flotando a orillas de ese abismo. Cierro lo ojos y muerdo su mano, envenenada.
Llega otro verano. Uno más. Y la blogosfera se me hace insoportable, aburrida, ridícula. Tan sólo quiero sentarme en una terraza a ver pasar todas esas minifaldas que desfilan día y noche por la pasarela de la vida.
En esta fotografía el compositor Igor Stravinkky parece el entrenador de boxeo de algún púgil prometedor. Esa toalla al cuello me hace imaginarlo junto al ring, dando consejos a su discípulo. Podemos observar además que Stravinsky lleva dos pares de gafas, un par para ver de cerca y otro par para ver de lejos (Aunque nadie parezca darle mucha importancia, las lentes progresivas han sido uno de los grandes inventos de la humanidad; sin la utilización de lentes progresivas, hace tiempo que la humanidad habría perecido). Siempre que la primavera se termina, me acuerdo de esta foto de Igor Stravinsky y de su Consagración de la primavera, y necesito una vez más volver a escucharla.
(Ordino, Andorra, 1970)
Libros: El triste festín (2002) Tras el pinar un grito (2007) y Dans la turbulence (2011), antología "El libro del voyeur" (Ediciones del viento, 2010).
alexnortub@gmail.com