Pintura de Nacho Martín Silva
Creo que paso demasiado tiempo dentro de mi
cabeza. Tal vez debería salir un poco más fuera de ella. Airear mis neuronas. Dejar
que alguna corriente fresca sacuda mis pensamientos. Pero no es fácil. Me he
acostumbrado a estar ahí adentro. Y no se está nada mal. Entretenido con mis
cosas. Cambiando los pensamientos de sitio. Poniendo la memoria patas arriba. Y
me divierte. Ahí adentro siempre lo paso en grande. Fuera a menudo me aburro. La Realidad es tan aburrida
y predecible como uno de esos telefilmes de sobremesa con los que es inevitable
quedarse dormido. La Realidad
es una perra sonámbula. Va por el mundo dando tumbos y mordiendo los tobillos
de la gente como yo, gente que pasa demasiado tiempo dentro de su cabeza,
cambiando los pensamientos de sitio, poniendo la memoria patas arriba. Me
quiere hacer salir a base de pequeñas dentelladas. La Realidad. Está ahí fuera
esperando a que me asome para hincarme el diente. No es para mí una extraña. La Realidad. Pero cada vez paso más
tiempo alejado de ella. Ya no recuerdo su triste cara con su triste sonrisa. Ni
sus largas manos con sus largos dedos. Ni tan siquiera el característico perfume que desprende cuando se aproxima. Ese atolondrado aroma que te envuelve, te
embriaga, te hace creer que el momento presente tiene un valor incomparable a
cualquier otro momento perteneciente a un tiempo pasado o a un tiempo futuro. A
mí ya no me engaña. La Realidad. Prefiero
pasar demasiado tiempo dentro de mi cabeza. Prefiero cambiar los pensamientos
de sitios. Prefiero poner la memoria patas arriba, y recordar, una vez más, sin
miedo alguno a quedarme corto, como si de un mantra mental se tratase, todo
aquello que nunca sucedió.
Pintura de Nacho Martín Silva
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