viernes, 27 de marzo de 2009

Cielo en silencio

Pintura de Mark Tansey titulada Picasso & Braque
(1992, óleo sobre lienzo, 80 x 108 cm)





Miro al cielo. Es azul. Azul cielo. Y está en silencio.

No lo atraviesa nube alguna. Ningún avión a la vista. Ni siquiera se ve algún pájaro surcar su inmensidad. Me digo que algo extraño está ocurriendo. No me parece normal que, en plena primavera, durante los quince minutos que llevo tumbado en este prado, mirando hacia arriba, el cielo permanezca pulcro y en silencio, sin nube alguna, sin aviones a la vista, sin pájaros surcando su inmensidad.

Permanezco tumbado otro minuto. El azul del cielo está a punto de cegarme. Así que, vencido, desvío la vista. A unos diez metros de mí, entre la hierba, puedo ver tres gorriones que se desplazan a saltitos. Son alegres saltitos que, sin apenas darme cuenta, logran exasperarme. Deseo que echen a volar y atraviesen, de una vez por todas, la basta inmensidad de este cielo azul que parece querer aplastarme con su mutismo. No lo hacen. Dan saltitos y, de vez en cuando, picotean el suelo en busca de alguna lombriz. Regreso al cielo, azul, azul cielo, esperando encontrar un atisbo de normalidad, una nube, un avión, algún pájaro. Pero el cielo continúa mudo, callado, en silencio. Imagino que de pronto aparece un enorme zeppelín. Siempre me han dicho, desde muy niño, que tengo una imaginación desbordante, que vivo en la inopia. Pero ahora veo claro que lo de vivir en la inopia no es suficiente. Por mucho que imagino el zeppelín, uno de esos zeppelines como el que inventó Ferdinad Von Zeppelin a principios del siglo XX, por mucho que lo imagino con todas mis fuerzas, no aparece. Así que desvío de nuevo la mirada hacia el lugar en el que los gorriones efectúan sus alegres saltitos y, para mi sorpresa, ya no están ahí. Cómo es posible, me digo. Hace un minuto estaban ahí. A dónde han ido, me digo, a dónde han ido sin haber surcado la basta inmensidad de este cielo mudo y azul. No lo comprendo. Vuelvo una vez más al cielo, a su mudez, a su silencio. Lo que hace unos minutos causaba en mí cierta extrañeza, ahora empieza a convertirse en terror. El mutismo del cielo me da pánico. El pavor que siento hace que intente levantarme, que mi cuerpo luche por ponerse en pie, que mi corazón, por un brevísimo instante, olvide que acaba de sufrir, hace apenas quince minutos, un ataque cardíaco que le ha dejado tumbado en un prado, bajo un inmenso y pulcro cielo azul, azul cielo, que me ciega. Entonces, tras un leve suspiro, cierro los ojos y, en la oscuridad de mis párpados, creo escuchar el lejano zumbido de los jocosos motores de un avión a reacción.

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5 comentarios:

Anónimo dijo...

Tras levantarme, esta mañana, he escrito este texto. Ultimamente, no sé por qué, ya que me encuentro muy bien tando de ánimo como de salud, sin pretenderlo, me da por escribir textos en los que la muerte está muy presente. Así es la vida.

Anónimo dijo...

Siempre lo he oído. No se donde ni de quien. Pero siempre lo he oído. Soñar,pensar en la muerte,es señal de que se está vivo, ¿o no?

Saludicos

39escalones dijo...

Supongo que la presencia de la muerte es más asimilable a distancia. Por otro lado, un marco bucólico-pastoril puede ser escenario de un cuento terrorífico tanto como las ruinas de un castillo o un cementerio.
Saludos.

Anónimo dijo...

Sí, supongo que es buena señal, Carmen. Besicos.

Me gustan los marcos bucólicos-pastoriles, sí, es cierto, Alfredo, funcionan muy bien para el terror, sólo hay que ver Los Pájaros de Hitchcock, un día soleado, un precioso publecito costero, una historia de amor, las gaviotas revoloteando...

Anónimo dijo...

Hablando de los Pájaros, ayer volví a ver esa peli en 1 minuto 40 segundos.

Si alguien quiere verla:
http://www.youtube.com/watch?v=fjj32CavzU0

No sé si me causa más impresión comprimida o descomprimida.

El texto del azul cielo creí que formaría parte del triste festín o de Tras el pinar, un grito.