Los pasillos y estancias de mi hotel, al amanecer, cuando todavía no se escuchan pasos, se parecen demasiado a las pinturas del portugués Manuel Amado. Son lugares vacíos. Llenos de vacío. Repletos de un vacío que lo invade todo y todo lo conquista. Un vacío que no se parece en nada al de un vaso vacío, sino, más bien, al vacío que dejan las manos cuando abandonan los bolsillos de un abrigo para decir adiós.
O, como diría Fernando Pessoa:
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Es tal vez el último día de mi vida.
Saludé al sol, levantando la mano derecha,
Pero no le saludé diciéndole adiós;
Le hice un gesto de que me gustaba verlo antes: nada más.
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Los pasillos y estancias de mi hotel, al anochecer, se llenan de una oscuridad vacía, vacía de cualquier luz que, desde el exterior, pretenda asediar a mis huéspedes. Mientras esto ocurre, sin que nadie se de cuenta, yo sólo pienso en ellos.
4 comentarios:
Que cuadros tan bonitos,y precioso como lo comentas.Siempre es un placer asomarse a tu Hotel,aunque solo sea de paso.Saludicos
Qué luz, qué pinturas.
Saludos.
Reconozco las cortinas de mi habitación
Silencio y luz, a partes iguales.
Y podría añadir calma.
Saludos
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