No sé lo que vale un peine. Solía peinarme sin pensar en ello, hasta que hace un par de días, sin apenas darme cuenta, me lo pregunté mientras atusaba mi tupé frente al espejo. Desde entonces ya no he podido sacármelo de la cabeza. Ahora necesito saberlo, necesito saber lo que vale un peine. Ni siquiera sé muy bien donde los venden. Tendré que acudir a uno de esos grandes centros comerciales que dicen tener de todo. Creo que allí podrán ayudarme. En el fondo son como ONG´s. Esos grandes centros comerciales hacen que nuestras vidas sean más fáciles, nos ayudan, con sus carritos, su megafonía, sus chicas con patines recorriendo los interminables pasillos sin descanso. Creo que allí podrán ayudarme. No es que necesite un peine, tan sólo necesito conocer su valor. No necesito un peine porque ya tengo uno. El único peine que tengo me lo regalaron hace muchos años. No es un peine grande pero tampoco puede decirse que sea un peine pequeño. Es de apariencia nacarada y con el paso del tiempo ha perdido varias púas. Podría decirse que es un peine desdentado, pero, aún así, me sigue pareciendo un peine elegante. Cuando me peino me gusta fijarme en como brilla. A veces su reflejo me ciega. Esto no me importa, me atrevería a decir que incluso me gusta. Siempre me han gustado los objetos de aspecto nacarado. Cuando era niño tenía una navaja con mango nacarado. Con ella hacía muescas en mi pupitre. Tenía también una pistola con empuñadura nacarada. Era una pistola de juguete; durante años dormí con ella bajo la almohada por miedo a que el hombre del saco apareciese en mitad de la noche y me metiese en su bolsa y me llevase a una cueva y, allí, lejos de la civilización, hiciese conmigo cosas terribles que prefiero no mencionar. Pensaba que si aparecía en mitad de la noche, podría asustarle con mi pistola. Por aquella época vi por primera vez Harry el sucio, pensaba que podría apuntarle y decirle que estaba cargada, que me alegrase el día, o la noche. El hombre del saco nunca apareció y la pistola de juguete, con el paso de los años, se esfumó sin despedirse. No sé lo que vale un peine y no sé lo que vale una pistola. Pensar en el valor de una pistola, aunque sea de juguete, no me quita el sueño, pensar en el valor de un peine sí, porque, cada mañana, frente al espejo, cuando atuso mi tupé, me asalta el desconocimiento de su valor. Es terrible. Es triste. Es terriblemente triste ser asaltado de esa manera, ser presa del desconocimiento más absoluto. El desconocimiento nunca tendrá aspecto nacarado. El desconocimiento es sombrío, oscuro, tenebroso, carece de luz, nada refleja. No sé lo que vale un peine pero sé, de buena tinta, que el desconocimiento no vale nada. El desconocimiento es gratis, lo regalan por la calle. El desconocimiento es como uno de esos bolígrafos que nos dan en las entidades bancarias, como uno de esos folletos de propaganda que dejan en nuestros buzones, como uno de esos periódicos que nos ofrecen a la salida del metro, como uno de esos caramelos que arrojan en los mítines. El desconocimiento es gratis, lo regalan por la calle. Sí, eso parece, el desconocimiento es el único y auténtico hombre del saco.
sábado, 7 de noviembre de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
3 comentarios:
Pues me has contagiado tu duda.Yo tampoco se lo que vale un peine.Hoy sin falta me entero.
No quiero que se me lleve el hombre del saco por mi desconocimiento,aunque sea en una cosa tan nimia como es saber lo que vale un peine.
Saludicos.
De mañana no pasa. He de saber lo que vale, no puedo seguir viviendo con tal desasosiego.
Depende... Para quien no lo necesita, como yo, no vale nada. Y no porque seamos calvos, que no, es que somos de tupé distraído...
Saludos.
Publicar un comentario