SOL, PALMERAS Y LARGAS AVENIDAS
El coche, un Pontiac Firebird de 1982, permanece aparcado en una calle del sur de Los Ángeles. Su negra carrocería absorbe el calor producido por los rayos solares. Lleva ahí, sin moverse, una hora, el mismo tiempo que Michael, dueño del automóvil, no ha dejado de llamarle desde la otra punta de la ciudad. Porque este no es un Pontiac Firebird cualquiera, se llama Kitt y puede manejarse por si solo, sin necesidad de conductor alguno, basta con que el dueño haga una llamada con su reloj digital para que el automóvil acuda al lugar señalado. Michael no deja de apretar su reloj mientras dice Kitt, te necesito. Lo repite una y otra vez, como si de un mantra se tratase: Kitt, te necesito, Kitt, te necesito, Kitt, te necesito. Pero Kitt no responde. Por un momento Michael piensa que tal vez su reloj esté averiado, que quizá se le haya acabado la pila, pero enseguida comprueba que el resto de las funciones del aparato marchan sin el menor problema. No entiende lo que pasa. Hace diez años que tiene ese coche y siempre, hasta ese momento, el automóvil ha acudido a su llamada sin rechistar. Mientras aprieta su reloj diciendo Kitt, te necesito, piensa que últimamente las cosas no han ido demasiado bien entre los dos. Podría decirse que han tenido ciertos roces, ciertas diferencias. Las cosas ya no son lo que eran. La convivencia nunca es fácil, tampoco entre un hombre y una máquina. A Michael le gustaría que todo fuese como antes, como al principio, recuperar aquella desbordante ilusión que les había unido y de la que ya no queda ni el menor rastro.
Aunque la insistente voz de Michael no deja de pronunciar su nombre, Kitt continúa aparcado en la misma calle del sur de Los Ángeles, con su negra carrocería absorbiendo el calor producido por los rayos solares. Esto le agrada, porque este no es un Pontiac Firebird cualquiera, le gustan el sol, las palmeras, las largas avenidas hacia ninguna parte. Escucha una vez más Kitt, te necesito y se dice que no va a contestar, que ya ha aguantado bastante. Son demasiados años de fiestas y borracheras teniendo que recoger a Michael en un estado cada vez más deplorable. Al principio Kitt hacía la vista gorda cuando, tras una de sus juergas, Michael se quedaba dormido dentro de él, roncando, con su apestoso aliento resoplando sobre el volante y, a veces, dejando caer su baba sobre la radiante tapicería beige. Pero, poco a poco, todo empeoró. Michael se acostumbró a invitar a mujeres al asiento de atrás, con los consabidos fluidos impregnando la tapicería tras cada nueva conquista. Esto enrareció de manera sustancial la relación entre el coche y el hombre. Kitt presenciaba horrorizado cada nueva aventura sexual de Michael y a Michael todo aquello le parecía de lo más normal. Pero pasó el tiempo. Michael se convirtió en un borracho pelmazo, inaguantable, al que todos conocían y todos detestaban y que ya no era capaz de conquistar ni a la mujer más fea y más borracha del club más repugnante de Sunset Boulevard. Lo que en otro tiempo eran babas y fluidos sobre la tapicería, se transformó en vómitos y orines por doquier.
Bajo el tórrido sol, Kitt recuerda todo esto con angustia. Continúa aparcado en la misma calle del sur de Los Ángeles mientras escucha una vez más la voz de Michael, casi suplicando: Kitt, hip, te necesito, hip. Escucha su hipo, nota como su lengua se traba y balbucea. Kitt, hip, te nessercito, hip. Puede imaginar el hedor de su aliento. Kitt, hip, tren nesecitrrro, hip. Sabe que, si acude a su llamada, volverá a vomitarle encima, volverá a mear en su interior, volverá, una vez más, a mancillar lo más íntimo y profundo de su ser. Así que no contesta. Y en ese silencio, en ese mutismo que tanto atormenta a Michael, sabe de pronto Kitt que puede hallar la paz, la solución a todos sus problemas. Entonces arranca el motor; sale disparado quemando rueda y marcando el asfalto como quien firma su despedida. No tarda en abandonar la ciudad en dirección a México. Sabe que allí también hay sol, sabe que también hay palmeras, sabe que también hay largas avenidas hacia ninguna parte. Por saber, ahora sabe, incluso, que se merece algo mejor, que le traten como lo que es, un coche fantástico.
Kitt y Michael en sus buenos tiempos.
(pinchando sobre la imagen, algo más)
6 comentarios:
Me voy de viaje una semanita.
Pero volveré.
Cuando regrese, traeré souvenirs y postales.
¡NUNCA HE AGUANTADO ESTA SERIE!.Por no gustarme no me gusta ni su música ,con lo que a mi me mola la música.
Genial lo que has escrito.Que sea verdad lo de los souvenirs y las postales.No olvides tu peine desdentado.
Buen viaje.¿Te llevas a Matisse?.
Saludicos
Un acertado retrato de la decadencia del personaje (de Hasselholf, Haselholff, como coño se llame), cuyo vídeo borracho como una cuba tirado en el suelo mientras come directamente del mismo una hamburguesa esmachada contra el parquet hizo estragos en la red. Obviamente, Kitt le había dejado solo.
Buen viaje. En tren, mejor.
Dónde andará Kitt ahora? En Radiator Springs? En desguaces Boado, parque de Bens, A Coruña? Como extra en anuncios urbanos estilo retro?
Michael está claro que no nos importa, se merece su mierda. Sólo nos importa Kitt.
Desde luego el texto es mucho mejor que esa horrorosa serie.El coche, casi humano,formando parte de nosotros.Recuerdo a mi hermana cuando cambió a su "rayito" por otro flamante coche a todos nos dió un poco de pena.Abrazo.
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