La otra noche soñé que Jorge Luis Borges estaba en mi casa, de visita; se sentaba en el sofá y allí pasaba la tarde. Aprovechando la ocasión, le ofrecía uno de sus libros para que me lo dedicase. Tras dejar el libro en sus manos, me iba a otra habitación en busca de un bolígrafo. Al regresar Borges me decía que me dictaría esa dedicatoria, que yo mismo la escribiría, que su escasa visión no le permitía hacerlo. Entonces, al abrirlo, me encontraba con que el libro ya estaba dedicado. Era mi letra la que allí aparecía. Se trataba de una de esas dedicatorias inventadas por mí que pueden encontrarse en muchos de los libros que permanecen en mis estanterías. Suponiendo que Borges no podría verme hacerlo, simulaba escribir la dedicatoria que él me dictaba. Pero después me pedía que la leyese en voz alta, y pasaba un mal rato haciéndolo porque debía recordar exactamente cada una de las palabras que me acababa de dictar y que yo no había escrito. Al terminar, sonriente –con una sonrisa entre estúpida y piadosa-, Borges me pedía una Coca-cola. A partir de entonces empezaba a hablar como una locomotora y solo se detenía muy de vez en cuando para dar algún que otro pequeño sorbito de la chispa de la vida. Al final, como si se tratase de uno de esos amigos pesados que todos hemos sufrido alguna vez, deseaba que se fuese y me dejase tranquilo con mis cosas.
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3 comentarios:
Yo era el que me bebía la coca - cola en el sueño, pero el que salías en mis sueños eras tú desde la presentación accidental de tu último libro en Paría.
En Paria, no, en París dije.
Yo pensaba que, de pedir algo, pediría ciruelas de California...
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