(polaroids, 1973-74)
Regresé de mis vacaciones y, nada más entrar en casa, sin deshacer las maletas, me senté ante el ordenador.
Accedí a mi correo y enseguida vi uno que llamó especialmente mi atención. En el asunto podía leerse una breve e inquietante frase: Te conozco.
Accedí a mi correo y enseguida vi uno que llamó especialmente mi atención. En el asunto podía leerse una breve e inquietante frase: Te conozco.
Lo abrí y empecé a leer:
Hola, Álex. Tú no me conoces. Yo a ti creo conocerte, un poquito. Te escribo para contarte una historia. Es una historia real, no hay rastro de ficción en ella. Mi nombre es Virginia y hasta hace poco me dedicaba a seguir a la gente. Me contrataban para ello, para saber si ciertas personas fingían enfermedades y eludían sus obligaciones laborales. Un día me dieron una ficha que llevaba tus datos personales y una fotografía. La empresa en la que llevas trabajando diez años, quería saber si la lesión que decías padecer en tu pie era real. Comencé a seguirte un martes. Recuerdo que era martes porque aquella tarde, tras terminar mi jornada laboral, acudí al taller literario al que tan sólo acudo los martes. Aquel día nos pusieron un ejercicio en el que debíamos imaginar la vida de alguien a quien apenas conociésemos. Yo escribí sobre ti. Recuerdo que en un primer momento no me pareciste gran cosa, un tipo anodino, sin el menor encanto. Cuando transcurrió una semana de seguimiento, percibí cierto atractivo en tu caminar. Parece que das saltitos cuando tienes prisa. ¿Lo sabías? Es como si alguien fuese pellizcándote el trasero. Te he seguido de lunes a viernes durante un mes. Tras las primeras dos semanas de seguimiento, un sábado, al despertarme, me sorprendí pensando en ti, preguntándome qué estarías haciendo. Aquella mañana, mientras me duchaba, me masturbé imaginando que tu mano enjabonaba mi pubis con intensa dulzura. Al día siguiente, domingo sombrío y desapacible, no pude contenerme y salí a la calle en tu búsqueda. Me planté frente a tu portal a las 9 de la mañana y esperé a que salieras de casa; conozco tus costumbres, sabía que tarde o temprano tendrías que ir a comprar el pan y el periódico, sé que no puedes vivir sin esas dos cosas. Entonces apareciste con una gabardina beige que te hacía la mar de interesante. Hiciste tus compras y pronto regresaste a tu hogar como un animal a su guarida. Yo me quedé allí, varias horas, bajo mi paraguas, bajo la lluvia, bajo tu ventana, comiéndome las uñas. Por la tarde, viendo que aquella lluvia era mucho más terca que yo, regresé a casa y me tumbé en el sofá. Tras mirar una vez más la fotografía de tu ficha, me di una ducha y me masturbé otra vez imaginando que tu mano enjabonaba mi pubis con intensa dulzura. Dos días después comenzaron los problemas. Mi jefe no entendía que varias semanas de seguimiento no hubiesen dado el menor fruto. Por lo general 4 o 5 días son más que suficientes para saber algo con claridad. Pero le convencí de que no era un caso fácil, de que necesitaba unos cuantos días más para tener plena certeza sobre mis sospechas. Así que al final me concedió más tiempo. Recuerdo que aquello lo celebré comprando una de esas pequeñas botellas de cava y dándome un baño de espuma. Baño en el que no pude evitar masturbarme una vez más imaginando que tu mano enjabonaba mi pubis con intensa dulzura. A los pocos días, mientras te seguía por el barrio de Gracia, me di cuenta de que algo no iba bien, de que había alguien más entre nosotros. Sí, al llegar a la plaza de la Virreina intuí que alguien me seguía, o, mejor dicho, que alguien nos seguía. Entendí enseguida que mi jefe desconfiaba y que, dada mi ineptitud en el Caso Nortub, había contratado a alguien para que nos siguiese. No tuve la menor duda cuando, tras doblar varias esquinas, comprobé que, a lo lejos, un tipo alto y barbudo continuaba tras nosotros. Aquel día tuve que ingeniármelas para darle esquinazo, y esto hizo que dejase de seguirte a ti. Días después, viendo que aquello iba a peor, que aquel tipo alto y barbudo, al que de pronto encontré cierto parecido con Julio Cotázar, estaba plantado frente a mi casa cada mañana con un sombrero diferente, tuve que ingeniármelas para que todo lo que había construido no se desmoronase. Me acerqué a él y le seduje. No fue difícil. Parecía desearlo. Me dijo que llevaba siguiéndome una semana y que se había enamorado de mí, de mi caminar, que parezco dar saltitos cuando tengo prisa. Le invité a subir a mi casa. Una vez allí, le desnudé lentamente mientras él tiritaba de placer. A continuación le sugerí que nos diésemos una ducha, a lo que él accedió encantado. Cuando estábamos bajo el agua, le pedí que enjabonase mi pubis con intensa dulzura. Tuve un orgasmo sobrenatural. Las pompas de jabón parecían satélites centelleando alrededor de mi cuerpo, eclosionaban en el aire como huevos de libélula. No tardé nada en enamorarme de ese tipo alto y barbudo y con cierto parecido a Julio Cortázar. Se llama Federico y es el ser más maravilloso que haya conocido jamás. Tampoco tardó nada en enterarse de todo ello nuestro jefe, que no vaciló ni un segundo en despedirnos. Ahora, aunque de manera repentina y encontrándonos los dos en el paro, hemos decidido contraer matrimonio. Lo haremos de forma humilde, invitando a la ceremonia a una docena de personas. Pero como nos conocimos gracias a ti, Álex, gracias al hecho de seguir tus pasos, de observar tu caminar, queremos pedirte que seas el padrino de nuestra boda.
No aceptaremos una negativa como respuesta.
Atentamente,
V.
M.I.A.
"Sunshowers"
.
7 comentarios:
Menos mal que a ti te seguía la chica y a ella el barbas, y no al revés... En cualquier caso, en el matrimonio, si ya es duro ser testigo presencial, ser cómplice o cooperador necesario es casi masoquista...
Abrazos.
Ese caminar (¿a saltitos?) tan atractivo parece que tiene su encanto...
Si finalmente acudes a esa ceremonia tan íntima te recomiendo, humildemente, que tomes tus precauciones... O pronto recibirás un mensaje con el asunto siguiente: "¿Quieres casarte conmigo?".
Un plaer llegir-te...
SU
1. No seré testigo ni complice, 39, no pienso acudir. Se pongan como se pongan. Aunque saben donde vivo... y eso me da cierto pavor.
2. SU, supongo que sí, que tiene su encanto; siempre me han dicho que camino como si fuese bailando la conga.
Me ha encantado.
Saludicos.
Thank you very much, Carmen.
Ve a esa boda, Álex. No seas ñoño. No seas gazmoño.
No soy ñoño. No me diga eso, por Dios bendito. Aunque gazmoño sí que soy, un rato largo. Eso sí. No lo niego.
Aún no me ha llegado la invitación.
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