martes, 26 de mayo de 2009

Allí, al otro lado (2)

Basil Rathbone
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2. Un día después de haber enviado el e-mail al periodista fallecido, lo primero que hago por la mañana, nada más levantarme de la cama, es encender el ordenador portátil.

Me digo que nadie habrá contestado, me digo que es imposible, me lo digo no sólo porque me parezca poco probable que esto suceda, sino porque sigue atemorizándome la idea de que pudiese obtener respuesta.

Y así, atemorizado, accedo a mi buzón.

Hay ocho e-mails. A simple vista, observando los diversos asuntos de los correos, descarto que alguien haya contestado al que me tiene preocupado. Después voy abriendo cada uno de ellos hasta que, sin la menor duda y con un alivio que roza el deleite, suspiro al comprobar que en verdad nadie ha contestado al mensaje que le envíe al difunto.

Entonces, con parsimonia y apetito, desayuno de manera copiosa para, poco después, tras lavarme los dientes, meterme en la ducha. Recién salido del cuarto de baño y en albornoz, me acercó de nuevo al ordenador. Accedo a mi buzón. Mientras seco unas gotas que han salpicado el teclado, leo en la pantalla No tiene mensajes nuevos. Me visto. Lo hago sin la menor prisa. Demorándome al abotonar la camisa. Demorándome al subir la cremallera del pantalón. Demorándome al atarme los zapatos. Y tras mirarme al espejo y peinarme, accedo una vez más a mi buzón y vuelvo a leer No tiene mensajes nuevos.

El alivio que he sentido hace un rato al no encontrar respuesta, se transforma ahora en cierta inquietud, en cierta desazón por el hecho de no hallar la menor contestación. Continúo sintiendo cierto temor de que alguien responda, pero en el fondo nada deseo más que obtener esa respuesta.

Accedo al correo que envíe al muerto y lo leo y releo unas cuantas veces: Siento el fallecimiento de X., atentamente A. N. Me da por pensar si escribir lo que escribí no habrá sido un error; tal vez sea una frase demasiado breve, demasiado fría, demasiado anodina para mostrar con sinceridad cierto abatimiento. Hace ver que siento la muerte de esa persona, pero no aclara mucho mi pesar. Ahora no me convence. Me arrepiento de haberlo hecho, de haber pulsado el botón en el que se puede leer la palabra Enviar.

Aunque pronto ese arrepentimiento se desvanece, al ver, ilusionado, que hay un mensaje nuevo en mi buzón. Me tiemblan las manos. El e-mail no tiene asunto alguno a la vista. Accedo expectante. El corazón se me dispara.

Pero, así, con el corazón disparado, compruebo que el correo recién llegado no es más que otro de esos absurdos mensajes publicitarios que, sin entender por qué, cada vez con mayor frecuencia eluden la sección de spams y aparecen en mi buzón de entrada como hongos en la piel.

2 comentarios:

39escalones dijo...

¡Qué suspense! Casi describe mi día a día cada vez que espero un correo importante o anhelo el que sé que no va a llegar.
Saludos.

carmen dijo...

Yo no se cual como actuaría de pasarme algo así.
Lo mas seguro mi cobardía me atenazaría los dedos para poder encender el ordenador.
Cambiaría mi correo y solo se lo daría a los mas allegados.
Vamos que estaría aterrada con lo que en cualquier momento podría salir al otro lado.Saludicos