Henri Michaux nunca pintó de la misma manera que escribió poemas. Bueno, a menudo llevó a cabo las dos cosas utilizando tinta china, eso es cierto, pero, aún así, aún utilizando la misma técnica, Henri Michaux nunca pintó, jamás, de la misma manera que escribió poemas. Al escribir poemas decía tratar de expresar una verdad no lógica, una verdad diferente de la que se lee en los libros, por el contrario, al pintar tan sólo pretendía crear ritmos, como si bailase.
Micahux empezó a pintar a mediados de la década de 1930, tras visitar una exposición de Paul Klee e influido también por las pinturas que contempló durante un viaje a Oriente. En su juventud nunca se le pasó por la cabeza escribir o pintar. Quería ser marinero. Y se enroló como fogonero en un navío de la marina mercante francesa, en el que viajo a Río de Janeiro y Buenos Aires. Pero finalmente abandonó aquel oficio por carecer del vigor físico necesario. Así que, poco a poco, empezó a escribir para, algo más tarde, empezar a pintar. Hacía las dos cosas sobre una mesa repleta de papeles. Como iluminación utilizó siempre un flexo plateado que parecía emerger de aquel mar de papeles como si fuese un faro en mitad del océano. Pintaba sobre aquella mesa porque le irritaba la parafernalia que rodea a los pintores, los lienzos, los caballetes, los tubos de pintura; le parecía que los artistas se toman a sí mismos demasiado en serio, que actuan como si fuesen prima donnas.
Durante una época llevo a cabo una serie titulada Dibujos mescalínicos, llamados así, como puede suponer cualquiera que sepa lo que es la mescalina, por haber sido realizados bajo los efectos de esta droga.
En su libro El infinito turbulento, escribió sobre tales efectos: Contemplé miles de deidades… Todo era perfecto… No había vivido en vano… Mi existencia fútil y errabunda ponía pie, por fin, en la senda milagrosa…
Pinchando sobre la palabra MESCALINA podrá visitar mi colección de Espacios de Artista aparecidos por aquí hasta el momento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario