4. Me miento y me digo que casi lo he olvidado. Me miento y me pregunto si tendré algún mensaje de otro tipo cuando lo que en realidad sigo esperando, aunque ya con cierta apatía, es obtener respuesta del maldito e-mail que envíe no hace tanto. Enciendo una vez más el ordenador. Mientras espero a que se inicie, miro por la ventana; observo a una mujer que acaba de salir de la peluquería que hace esquina, con su cardado violáceo. Después me siento ante la pantalla y accedo a mi buzón con una desgana inmensa, que imagino del tamaño del océano índico.
Hay cuatro mensajes. El primero no me interesa, el segundo tampoco, la apatía va en aumento, el tercero menos, pero el cuarto, el cuarto mensaje, tras leer despacio el asunto, aunque me digo que no es posible, que no puede ser, que estoy sufriendo una alucinación o algo peor, resulta ser un mensaje enviado desde la dirección del periodista difunto. Sí. Pestañeo con insistencia. Incrédulo. Así es. Tiemblo. Como un flan. Como uno de aquellos flanes que hacía mi abuela. Tiemblo. Sí. Ahí está. La respuesta que tanto ansiaba, que tanto ansiaba y tanto temía, por fin ha llegado. Así que, mientras tiemblo, conmovido y excitado, abro el e-mail y leo, allí, al otro lado, una y otra vez, como si de un mantra se tratase, este mensaje:
Hola,
Agradezco tu pésame.
Soy la hija de X.
Me ocupo de su correo desde que falleció.
¿Eras amigo de mi padre?
Un saludo.
M.
1 comentario:
Esto me pasa por leer las cosas en orden... Otra historia comienza, viva esta vez. Y sí, mi opinión sobre las limitaciones de internet ha cambiado.
Más saludos.
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