Hoy me ha dolido bastante el pie. Digamos que es un dolor agudo, como de agujas atravesando músculos. Pero aún así me he decido a intentar escribir algo que de momento tan sólo intuyo. No sé en que podrá convertirse. Podría ser el comienzo de un cuento. O de una novela. O de un ensayo sobre pies de escritores. También podría no ser, terminar en la papelera, en esa papelera virtual que permanece en una esquina de la pantalla. Pero la idea de los pies de escritores me atrae. Lo que de momento he escrito va sobre eso. Ahora que llega el verano y me veo recluido, incapaz de salir a pasear con mi pie recién operado, me pregunto qué escribirían Faulkner, Kafka, Capote o Bukowski con sus pies inmóviles, doloridos, recién operados. No es fácil ponerse a escribir cuando notas que tu pie no deja de latir. Cuando las punzadas son tan insistentes como rabiosas. No es fácil pero ciertas pastillas ayudan. Y mucho. Analgésicos para la escritura. Para intentar continuar tecleando. Para continuar escribiendo sobre los pies de Franz Kafka, sobre la manera en que se los agarraba cuando estaba en la playa. No me gusta la playa, nunca me ha gustado. Pero ahora que mi pie me lo impide, me gustaría estar allí, teclear sentado en la arena, escuchando el ir y venir de las olas. Estar allí escribiendo sobre los pies de Truman Capote, sobre la manera en que cruzaba sus piernas y dejaba colgando una de sus pálidas extremidades. Escribiendo sobre los pies de William Faulkner, sobre su manía de mantenerlos ocultos bajo gruesos calcetines incluso en pleno verano. Escribiendo sobre los pies de Charles Bukowski, sobre su costumbre de ponerlos sobre la cama sin descalzarse. Los pies de los escritores es un tema apenas tratado. Tan sólo conozco un libro que hable sobre ello; es un libro maravilloso titulado Extremidades literarias, de Ben Hackrit. Pero ese libro se centra más en las manos de los escritores. Los pies los trata muy por encima, sin gracia alguna, de un plumazo. Mi libro es más ambicioso en cuanto a los pies y sus peculiaridades. Habrá un capítulo en el que se analice la influencia del olor de pies de ciertos escritores en su obra. El libro de Jean Paul Sastre titulado La nausea tiene mucho que ver con el insoportable olor de sus pies. Tan insoportable era, que el escritor francés padecía un sinfín de arcadas y vómitos al final del día, cuando llegaba la hora de descalzarse e irse a dormir. Las recientes declaraciones de María Kodama sobre el tufo de los pies de Borges merecen un capítulo aparte. Un auténtico Aleph de hedores insufribles fue la definición exacta que utilizo la mujer del escritor. Y después describe como Borges la obligaba a leerle a Keats mientras, descalzo, no le quitaba los ojos de encima. Y hay muchos más. Muchos más pies de escritores que merece la pena analizar, indagar en las conexiones con sus obras. Por ejemplo, Robert Walser, el incansable paseante de pies encallecidos. Por ejemplo, Jack Kerouac, con su pie apretando sin descanso el acelerador. Hay muchos, demasiados. Pero voy a intentarlo. Con mi pie en alto. Y los ojos en la pantalla. Y los dedos tecleando. Y mi cuerpo en este sofá salvaje. Ya estoy de nuevo allá.
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2 comentarios:
Ja,ja, pues sí es buena idea conocer la debilidad de todos estos buenos escritores al fin y al cabo son hombres.Abrazo y no te preocupes que hay buenas pastillas para el dolor.
Virginia Woolf: pies grandes. Un cuarenta, le imagino.
Sei shonagon: pies pequeñitos, endiabladamente pequeñitos, deformemente pequeñitos, malolientes y sexies para el siglo X.
Gloria Fuertes: pies de hobbit.
Margaret Cavendish: talco en los talones
Por echar leña a este interesante fuego.
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