martes, 8 de marzo de 2011

EL TÍO BRAULIO SIEMPRE ESTUVO ALLÍ

Bela Lugosi en The return of Chanadu


El tío Braulio siempre estuvo allí, en el sótano de la masía, encadenado y metido en una jaula. La primera vez que oí hablar de él tendría yo unos cinco años. Era una tarde invernal, de lluvia y viento feroz, en la que el aburrimiento pudo conmigo y no se me ocurrió nada mejor que abrir la puerta del sótano. Cuando me disponía a bajar las escaleras, la mano de mi madre me agarró del cuello y, diciéndo ¿A dónde vas, jovencito? Ahí no se puede bajar, es la habitación del tío Braulio, arruinó mis planes de aventura infantil.
Braulio Nortub, hermano de mi padre, llevó una vida de lo más normal hasta que cumplió los 30 años. Para celebrarlo se fue de acampada un par de días. Por lo que me contaron mis padres hace ya muchos años, al regresar parecía otro, tenía los ojos en blanco, echaba espuma por la boca y estaba empeñado en morder a las personas que le rodeaban. A mis padres no se les ocurrió otra cosa que encadenarlo y meterlo en una jaula. Después acudieron a un centro de salud para informarse sobre los síntomas que padecía. El médico de turno les dijo que, por las indicaciones que le daban, Braulio era un muerto viviente, se había convertido en un zombi.
Hasta que cumplí los diez años no me dejaron verle. Ese fue mi regalo de cumpleaños: Álex, hoy vas a conocer al tío Braulio. Había oído hablar tanto de él que me puse muy nervioso. Mi padre dijo que él allí no bajaba y se quedó viendo un partido de fútbol en la televisión. Mi madre me agarro con fuerza de la mano mientras sujetaba una linterna con la otra. Recuerdo bajar las escaleras con un continuo temblor en mis rodillas, un fuerte olor a humedad y la temperatura descendiendo a cada nuevo escalón, la imagen sombría de un hombre en una jaula, el haz de luz de la linterna de mi madre iluminando el lugar, el tío Braulio volviéndose hacia nosotros con sus ojos en blanco y su boca espumajeando sin cesar y gruñendo y estirando sus brazos como si desease agarrarnos y despedazarnos a mordiscos sin la menor piedad. Todo aquello supuso un enorme trauma para mí. Durante años dormí fatal debido al miedo que me producía el hecho de pensar que Braulio pudiese escapar. La imagen de su rostro desencajado y sus ojos en blanco me perseguía día y noche. De madrugada me despertaba gritando y empapado en sudor debido a las terribles pesadillas. Durante el día, cuando estaba en casa, permanecía sentado bajo la mesa del salón y apenas abría la boca. Mis padres empezaron a preocuparse seriamente por mi salud mental. Al cumplir los quince, tras una discusión en la que mi padre le reprochaba a mi madre que me hubiese hecho bajar al sótano, decidieron mandarme a estudiar al extranjero. Me explicaron que sería lo mejor para mi futuro y en pocas semanas me mandaron a Londres, a un prestigioso colegio privado en el que yo, lejos de mi tío Braulio, volví a dormir a pierna suelta, cada noche, durante ocho horas seguidas. Tan sólo regresaba a la masía paterna una semana en navidad y un par de meses en verano. Poco a poco fui olvidando al tío Braulio. Mis padres no han vuelto a mencionarlo, desde entonces han hecho como si no existiese. Pero el tío Braulio siempre estuvo allí. A veces, al dirigirme al cuarto de baño y pasar junto a la puerta del sótano, me parece escuchar un gruñido, y entonces mis rodillas vuelve a temblar sin control. Con frecuencia dudo que el tío Braulio existiese alguna vez, me da por pensar que fue mi imaginación infantil quien lo creo, que tan sólo fue un mal sueño. Aunque, al mismo tiempo, sé que el tío Braulio siempre estuvo allí, y que el sótano de la masía es un lugar al que nunca volveré.


4 comentarios:

39escalones dijo...

Bueno, me parece bastante normal, hasta las mejores familias tienen un zombi atado en el sótano o directamente un cadáver en el armario. Un buen ambientador de pino, y listo...
Saludos.

Carme Carles dijo...

A veces creo que los tios Braulio siguen con nosotros aunque haga tiempo que se fueron.
Buen relato
Salut

ÁLEX NORTUB dijo...

A los zombis hay que darles de comer a parte.

Mateo De Luca dijo...

mortal!