viernes, 16 de enero de 2009

El triste festín

Baile en el Molin Rouge (1895), pintura de Toulouse-Lautrec
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Mi mayordomo dice que será un éxito. Me dice Ya lo verá, señor, será un éxito, no se preocupe, no le de más vueltas. Sé que lo dice con buenas intenciones, para tranquilizarme. No le gusta verme nervioso. Sabe muy bien que los nervios son nefastos para mis problemas de salud. Sé que lo dice por mi bien, no quiere verme de nuevo internado. Pero no acabo de creer en lo que dice mi mayordomo. Y continúo excitado, alterado, muy irritado. Temo que sea un fracaso. Desde que se le ocurrió lo del festín (porque fue a él, a mi mayordomo, a quien se le ocurrió reunir a mis familiares y amigos en una fiesta sin igual), apenas he podido dormir. Y se le ocurrió hace cosa de un mes. Al principio me pareció una gran idea. Lo de ser el anfitrión y mostrar de arriba a abajo mi enorme castillo, es algo que siempre me ha gustado. Pero los días comenzaron a sucederse, uno tras otro, tal y como suelen sucederse los días, y el hecho de tener que decidir entre tantos detalles insignificantes, como si los cubiertos de pescado a utilizar serían los de plata o los que heredé de mi abuela la Condesa de Mermer, comenzó a mermar mi paciencia.

Hace una semana tuve uno de mis ataques. No fue muy intenso. Pero mi mayordomo se asustó. Llamó en seguida al Doctor Indtrghtu. Este acudió raudo y veloz a mi castillo. Me recetó la típica infusión de zanahoria y cilantro, después me recomendó reposo. Reposo que fui incapaz de llevar a cabo porque no sé estarme quieto, tengo siempre que estar haciendo algo. Aunque ese algo sea pasear por los pasillos de mi castillo con un candelabro en la mano, tengo siempre que estar haciendo algo.

Y ahora me encuentro a la espera de que lleguen los invitados, una espera que me hace pensar en alguna antigua tortura. Ya puedo escuchar el sonido de algún carruaje acercándose. Ya oigo relinchar a los caballos. Ya se escuchan pasos en el exterior. Ya oigo como alguien, de manera irritante, con una insistencia que podría calificar de atroz pero también de inhumana, cruel y brutal, golpea la puerta de entrada al castillo sin el menor miramiento.


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Bela Lugosi como el Conde Drácula

1 comentario:

Anónimo dijo...

Pues para la próxima fiestuki o se instala un timbre con campanitas y pajarillos piando. O se utilizan contraseñas del tipo enseñe la patita blanca.

PERO POR FAVOR, ABRACADABRA.