jueves, 3 de septiembre de 2009

ATEMPORAL

Matisse y yo bajo una sombrilla de Miko
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Durante los últimos tres meses, además de pasar días enteros escribiendo bajo una sombrilla de helados Miko, he hecho alguna otra cosa.

He estado alojado en un hotelucho la mar de acogedor. Con una terraza maravillosa, en la que, bajo esa sombrilla, además de terminar de escribir la “novela” que he estado escribiendo durante los últimos tres años, he pensado muy seriamente en dedicar mi vida a no hacer nada, o hacer lo menos posible. Me acostumbré además a visitar el cementerio en el que permanece enterrado mi abuelo Alain. Da la casualidad de que es el mismo cementerio en el que está enterrado el escritor Louis Ferdinand Celine. El cementerio de Meudón.


No existe, para mí, mejor lugar para pasear que un cementerio. Pasear y dejarse arrastrar por el sosiego que dispensa el silencio de los muertos. No existe mejor lugar para sentirse vivo. Deambular ocioso entre sepulcros me resulta siempre estimulante.


También me acompañaba Matisse en mis excursiones al cementerio. Allí lo llevaba siempre atado, con correa. No me hubiera hecho ninguna gracia encontrarle escarbando en el lugar equivocado. A menudo se paraba ante una tumba -siempre ante la misma tumba- y ladraba. Aquello me resultaba inquietante. Sobre todo porque era una tumba en la que había una lápida sin nombre. Pero, aún así, no dejé de pasar ni un solo día junto aquella tumba. Se convirtió en un ritual.


En el cementerio había un hombre con el que me cruzaba cada día. Iba vestido con un buzo verde. Supongo que era alguien dedicado al mantenimiento del recinto. Barajé también la posibilidad de que fuese un fantasma; no debe uno descartar posibilidad alguna. Un mañana me saludó y yo le devolví el saludo. Desde entonces nos saludamos todos los días. Una tarde me pregunto si tenía hora. Le respondí que no, que estaba de vacaciones y que nunca utilizo el reloj si estoy de vacaciones. Me contó entonces que él no podía vivir sin reloj, pero que el suyo se había estropeado aquel mismo día. También me dijo que era un auténtico maniático del tiempo, que si necesitaba yo saber el horario de algún tren o autobús de Meudón, no dudase en preguntárselo, que se los sabía todos de memoria. Tras decirme esto bajó la cabeza y se despidió. Se alejo entre las tumbas, con parsimonia, como un fantasma, arrastrando los pies sin prisa, con el sol muy bajo, anarandajo, dibujando su oscura silueta mientras se alejaba entre las sombrías cruces. Parecía una escena de otro tiempo; o, mejor aún, atemporal.



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Louis Ferdinand Celine fotografiado en Meudón.


Tumba de Louis Ferdinand Celine



7 comentarios:

carmen dijo...

Me encanta lo que escribes y describes.
Vaya profusión de fotos.
Me encantan las fotos.Hacerlas que me hagan y ver las de los demás.
Intrigada me tiene lo de esa novela .......
Saludicos.
Ah ,lo de la foto aclarado.
Hacéis buena pareja.

bambu222 dijo...

¡Qué casualidad!tú sin reloj y ese hombre un experto en horarios aunque en ese momento no llevara reloj.Todo es extraño, sí.
Bonito lugar con esa atmósfera como de humedad que se dá en ¿Francia?.Se presta a ensoñaciones poéticas.

Álex Nortub dijo...

1. Sí, Carmen, Matisse y yo no entendemos muy bien, somos almas gemelas. Yo le tiro una pelota y el me la devuelve, ¿se puede pedir más? Sí, se puede. Pero no seré yo quien lo pida. Hay que saber conformarse.

2. Bambu222, todo es extraño según con los ojos que se mire.
La humedad francesa desde luego que lo es. Y mucho.

39escalones dijo...

Bueno, el siguiente reto es que sea Matisse quien tire la pelota... Hermoso cementerio (esta expresión me suena rara, pero es que soy un gran aficionado a visitar cementerios cuando estoy de viaje).
Saludos.

Mi abuelo dijo...

Acabo de observar con alegría que las palabras cementerio y comentario se parecen bastante.

Esa casa, esa sombrilla, ese hombre, Matisse... parecen haber sido clavados ahí por una civilización extraterrestre altamente eviolucionada. Lo que más me gusta es que la calle tenga esa pendiente tan pronunciada.

Pendiente, pendiente, pendiente...

Saludos.

Álex Nortub dijo...

1. Ya somos dos (y supongo que muchos más), Alfredo. También yo acostumbro a visitar cementerios cuando viajo.

2. A mí, estimado Mais, lo de la pendiente no es que me disgustara, pero era bastante larga y pronunciada y, a veces, mis sudores me costaba llegar al centro del pueblo.
Lo de la civilización extraterrestre, así es. No diré más, no vaya a ser que alguno lea esto. No les gusta la publicidad.

estíbaliz... dijo...

cómo es llevar a un perro a un cementerio? Aunque la pregunta realmente habría de ser, cómo es ser un perro que va a un cementerio? A qué me huele?

Los animales en los cementerios me resultan inquietantes, supongo que porque los animales siempre parecen saber más allá de lo que sabemos nosotros.