Durante los últimos tres meses, he terminado de escribir la “novela” que he estado escribiendo durante los últimos tres años.
La he terminado de escribir, sobre todo, bajo una sombrilla de Miko. No sabía que en Francia hubiese helados Miko. Sombrillas sí. Sabía de buena tinta que los franceses también utilizan sombrillas para protegerse del sol. Pero no sabía que hubiese sombrillas de Miko. Aunque, no se equivoquen, en los últimos tres meses no he probado ni un solo helado. Me sentaba bajo la sombrilla y escribía. Eso era todo. O casi todo. A veces tomaba un té. A veces un café. Otras veces unas cervezas. Rara vez un whisky. Mientras esto ocurría, mientras yo tomaba algo y escribía, Matisse –mi perro- me miraba fijamente, y jadeaba, y ladraba cuando se le hacía ya insoportable la espera para irnos de paseo (en mi familia, desde que mi abuelo llamó a su perro Manet, siempre hemos continuado la tradición de poner a nuestros animales nombres de célebres pintores). Así que de cuando en cuando dejaba de escribir y Matisse y yo nos íbamos de paseo a un parque cercano. Y en pleno paseo le lanzaba a Matisse una pelota. Y Matisse corría tras ella. Y Matisse me la traía de vuelta. Y yo le decía: muy bien, Matisse. Así se hace, Matisse. Estás hecho todo un campeón, Matisse. Y en una de estas, una encorvada anciana pasó a mi lado. Me miró frunciendo el ceño y, de pronto, empezó a insultarme. Al principio, cuando empezó a insultarme, pensé que era por llevar al perro suelto, sin correa ni bozal. Pero no, pronto me enteré de que su cabreo iba por otros derroteros. Lo que indignaba a aquella enclenque anciana, lo que le había ofendido tanto como para perder los nervios de manera desmedida, era que le hubiese puesto el nombre de Matisse al perro, que utilizase el apellido del insigne pintor francés para llamarle a viva voz en plena calle. En mitad de su iracundo ataque, aunque no era fácil comprender sus palabras entre tantos gritos e improperios, logré entender que Matisse era su pintor preferido, que un pintor es un pintor y un animal es un animal, que, aunque haya pintores que pinten como animales, un animal nunca debería llevar el nombre de pintor alguno.
Intenté disculparme. Procuré que aquella débil anciana no pasase un mal rato, que no le diese un infarto allí mismo. Pero nada pude hacer. Cayó al suelo en un abrir y cerrar de ojos. Cuando quise darme cuenta, se había ido al otro barrio. A ese barrio al que yo, si pudiese elegir, preferiría no ir nunca. Sí, preferiría no hacerlo. No ir nunca. No ir jamás. Nunca jamás.
10 comentarios:
Álex, me has dejado con la boca abierta!
K,
Marta
Lástima de anciana. El relato me ha encantado: es original y mantiene la curiosidad. No esperaba que la abuela palmase. Hay un momento que pense que iba a agredir al chico, la señora. Por cierto sigue poniendo nombres de pintores a los perros. Me gusta la ides.
1. Gracias, Marta.
Encantado de dejarte con la boca abierta. K.
2. Y gracias, Mercé.
Tampoco yo esperaba que la abuela palmase. Pero así es la vida.
Por cierto, bienvenida a mi humilde hotel.
Sensacional colección de sombreros, Álex.
Que me has sorprendido con ese final.En serio,no me lo esperaba.
Me disculpo, antes de hacer la pregunta ,por ser tan curiosa
Los de la foto ¿sois Matisse y tu?
Saludicos.
Gracias por la bienvenida. He llegado aquí gracias al blog de Flavia Company. Cuando quieras pasas por mi ventana.
1. Sí, Elena, no está mal la colección de sombreros. Yo no utilizo sombrero. Los sombreros hay que saber llevarlos. He realizado una selección de personas que, además de ser gente a la que admiro por muy diferentes motivos, han sabido llevar sombrero. Saber llevar sombrero es un arte, un don, una virtud, algo que no se aprende; se nace sabiendo llevar sombrero.
2. Carmen, me alegra mucho que me hagas esa pregunta. Espero responderla en la próxima entrada.
3. Mercé, he pasado por tu ventana, me ha gustado, me gustan las ventanas, no todas, algunas estarían mejor tapiadas, la tuya no, está muy bien como está, abierta de par en par, como deben estar las ventanas en esta época del año.
Cómo se las gastan algunas ancianitas en Francia... Si no la hubiera palmado cabrían dos opciones, tirarle algo a ver si corría a traerlo, o bien preguntarle el nombre para ponérselo a otro perro...
Ya de vuelta. Un saludo.
Bien hallado, Alfredo.
Un placer leerte de nuevo por aquí.
yo me lo iba creyendo todo hasta que mataste a la abuela. si , me gusta este hôtel, lo que daría por sentarme a su puerta. saludos.jose h p .
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