A veces, no siempre, más bien pocas veces pero alguna que otra vez, he comprado un libro porque ha llamado mi atención su portada o su título. Lo he comprado sin tener ni la menor idea de qué trataba o cómo o por quién estaba escrito. Sí, en más de una ocasión me he dejado llevar por su aspecto exterior. Me alegro de haberlo hecho. Quizá debiese hacerlo más a menudo, pues cuando lo he hecho, cuando he elegido un libro por su aspecto exterior, fijándome sólo en su portada o su título, siempre me he llevado una grata sorpresa con lo que he hallado después en su interior. Recuerdo que una de las primeras veces que actué de esta manera, fue cuando me compré, en un mercadillo cercano a la estatua de Colón, un domingo, hace ya muchos años, Viaje en torno de mi cráneo, del escritor húngaro Frigyes Karinthy. No sospechaba que sería un libro que me fascinaría tanto como me fascinaron en su momento su portada y su título. Pero así fue, me dejé llevar por la fascinación y descubrí que esto es algo que suele funcionar. Otro libro con el que me sucedió algo muy parecido fue con Los piratas de Whisky, de Victor Llona. Cuando lo compré, en otro mercadillo, otro domingo, no tenía ni la menor idea de quién era el tal Victor Llona. Pero su portada y su título volvieron a fascinarme y poco después hizo lo propio su libro. En seguida me enteré de que Victor Llona fue un escritor peruano, nacido en Lima en 1886, que desde muy joven se fue a estudiar a París y allí entabló una estrecha amistad con André Guide, después se trasladó con sus padres a Chicago pero años más tarde regresaría a París y después cruzaría de nuevo el charco para instalarse en Lima y algo más tarde en San Francisco, donde murió en 1953. Durante su vida estuvo en contacto con escritores de la talla de James Joyce, Paul Bowles, Scott Fitzgerald, Ernest Heminway, Ezra Pound, de estos tres últimos fue el traductor al francés de algunos de sus libros, e incluso tradujo a autores rusos como Tolstoi o Gogol. Así que, a veces, no siempre, más bien pocas veces pero alguna que otra vez, en un mercadillo, un domingo (quizá funcione cualquier otro día de la semana pero yo siempre lo he hecho en domingo), sienta bien lo de comprar un libro sin tener la menor idea de qué trata o cómo o por quién está escrito, dejándose llevar tan sólo por su aspecto exterior y por la fascinación que, en un momento dado, una portada o un título puedan producir.
Por lo demás, tras la compra, a mediodía, el mediodía de un domingo cualquiera, para ojear con calma el producto que acabamos de adquirir, recomiendo entrar en un bar, en un bar cualquiera, y pedir un vermouth.
2 comentarios:
Casualmente, escribí algo sobre Karinthy el otro día:
http://blogs.lavozdegalicia.es/luispousa/2009/01/26/el-viaje-hikikomori/
es lo que tienen los viajes alrededor del cráneo, que a veces surgen los azares, las coincidencias, las afinidades...
Un fuerte abrazo
Pues sí, Luís, leí hace días lo que escribiste sobre Karinthy. Por eso escribí yo esto sobre Karinthy, porque se me ocurrió tras leer y gustarme lo que tú escribiste sobre Karinthy. Así que poco de azar y coincidencia esta vez, pero mucho de afinidad.
Un abrazo.
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