Es mediodía, el mediodía de un luminoso sábado de noviembre. Idóneo para salir a pasear. Pero Adelaida se mira al espejo y sólo piensa en que, por la noche, a eso de las diez, cenará con El hombre de su vida. Espera Adelaida que en el transcurso de esa velada, El hombre de su vida le pida matrimonio. Se mira al espejo y se encuentra fea. Además de las ojeras y la sequedad de su piel, le disgusta sobre todo el aspecto de su pelo. Le parece desmadejado, lacio, sin volumen alguno. Se pasa un cepillo varias veces por el cabello y, después, mirándolo fijamente, comprueba que está lleno de pelos, pelos enredados en sus púas que a Adelaida le recuerdan a un montón de algas enmarañadas en un embarcadero. Entonces recuerda el anuncio que ha visto el día anterior en el escaparate de la farmacia de su barrio. Tarda muy poco en ponerse los zapatos, la bufanda y la gabardina y sale pitando a la calle. En un abrir y cerrar de ojos se encuentra ante la farmacia. Lee de nuevo el anuncio: Su cabello crecerá 3, 6, 10 centímetros (y más) y al mismo tiempo se vigorizará duplicando su volumen ¡Es increíble! Entra en el establecimiento y pide impaciente la loción que hace tales maravillas. Mirándolo primero con escepticismo, la farmacéutica envuelve después con indiferencia el producto para Adelaida. Esta abandona la mar de contenta la farmacia y, antes de dirigirse a casa para untar aquel potingue en su cabellera, lee una vez más el anunció del escaparate: Su cabello crecerá 3, 6, 10 centímetros (y más) y al mismo tiempo se vigorizará duplicando su volumen ¡Es increíble! Una vez en casa, pasa la tarde con el ungüento en su cabello, tapado con un paño húmedo, tal y como indica el prospecto.
A las ocho, dos horas antes de su ansiada cita, Adelaida se quita el emplasto, se lava la cabeza y atusa su pelo mientras utiliza el secador. A continuación se mira al espejo. Maravillada, obnubilada, incluso boquiabierta, contempla como su cabello brilla como nunca repleto de volumen. Le parece también que ha crecido levemente. A las ocho y media vuelve a mirarse al espejo. Esta vez se asusta un poco al ver que su pelo ha crecido unos treinta centímetros, hasta alcanzar su trasero. Después se dice que no está nada mal, que aquella larga melena favorece sus andares. A las nueve comprueba que ha crecido otros treinta centímetros. Entonces, más asustada, agarra unas tijeras y, con un firme ras-ras-ras, corta su cabello a la altura de la mitad de su espalda, tal y como estaba antes de utilizar la loción mágica. A las nueve y media, justo antes de salir de casa, nota que su cabello ha crecido de nuevo unos centímetros, pero se le hace tarde y ya no puede hacer nada, así que se dirige al restaurante en el que se ha citado con El hombre de su vida. Llegan los dos puntuales. El hombre de su vida la piropea nada más verla, haciendo referencia a su voluminoso peinado. Adelaida esboza una sonrisa, una sonrisa nerviosa. El hombre de su vida no es ni alto ni bajo, ni guapo ni feo, ni listo ni tonto, ni agradable ni pelmazo; pero para Adelaida es, sin lugar a dudas, El hombre de su vida. Tras media hora de insulsa velada, habiendo olvidado lo del crece-pelo, dice Adelaida que va un momento a los aseos, lleva un buen rato aguantando la presión de su vejiga. Se levanta y echa a andar sin darse cuenta de que arrastra una melena de más de tres metros de longitud. El hombre de su vida, anonadado, con sus ojos como platos, se atraganta y da un buen trago de vino tras ver aquella maraña de pelo desfilando hacia los aseos, arrastrando todo lo que encuentra a su paso. Adelaida no se percata de la largura que ha adquirido su cabello hasta que, al ir a sentarse en la taza, sus tobillos se enredan en su pelambrera. Aterrorizada por lo que El hombre de su vida pueda pensar, se tira un cuarto de hora ahí encerrada sin saber que hacer. Al fin, diciéndose que el amor todo lo puede, se decide a salir.
El hombre de su vida ya no está. El camarero, con una expresión entre la amabilidad, la compasión y el asco, le dice que El hombre de su vida se fue en cuanto ella entró en los aseos, pero que, antes de huir despavorido, pagó la cena. Entonces Adelaida pide un chupito de whisky y, tras bebérselo de un trago, se dirige a casa arrastrando la enorme pelambrera que, tal y como anunciaba el cartel del escaparate de la farmacia de su barrio, no deja de crecer.
3 comentarios:
El pelo de su vida.
Por los pelos... (perdón por la broma estúpida).
Impactante relato. En días como hoy, duele.
Un abrazo.
Por favor!!!, dejo ahora mismo de tomar levadura de cerveza.
Estupendo relato. Muy cinematográfico.
Un kiss
M
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