Sé que muy pocas de las personas que se dejan caer por este blog, han leído alguno de mis libros (casi me atrevería a decir que ninguna). Los dos libros de cuentos que he escrito hasta el momento, fueron publicados por una pequeñísima editorial que desapareció en octubre de 2007 y con la que no acabé demasiado bien. La tirada de ejemplares fue mínima. Hubo una parca presentación en una librería a la que asistió muy poca gente (ni yo estuve presente debido a asuntos personales). Desde luego, que yo sepa, no se habló de ellos en medio alguno. Hace poco alguien me enviaba un correo preguntándome donde podría conseguir alguno de mis libros. Le contesté que eso era algo imposible (yo tan sólo tengo un ejemplar de cada uno, sino de buena gana se los mandaría). Así que voy a ir dejando alguno de esos cuentos aquí, aunque con el paso de los años no me sienta muy orgulloso de ellos. El primero será Un divertimento roto, cuento que aparecía en El triste festín, libro publicado en el año 2002:
Un divertimento roto
Junto a la carretera, en aquella porción de tierra acotada por piedras para que pastasen las vacas, cuando estas no estaban, unos cuantos niños nos agazapábamos tras los zarzales que lindaban con el muro. Observando a través de tallos y espinas acechábamos con gran impaciencia. Nuestra principal diversión consistía en lanzar porciones de excremento vacuno utilizando como blanco los coches que pasaban ante nosotros. Cogíamos las boñigas con la mano o con un palo, según la sequedad o frescor de estas, y luego, a veces esperando largo rato pues el tráfico no era frecuente en aquella vieja carretera, las arrojábamos desde la dehesa con todas nuestras fuerzas en cuanto algún coche se aproximaba. A menudo, cuando acertábamos, el coche se detenía. Entonces, dejando atrás el aplastante sol, corríamos a ocultarnos en la oscuridad del bosque. Entre maleza y árboles nos sentíamos a salvo. Desde allí observábamos al furibundo conductor mientras profería amenazas e insultos.
Como otras muchas tardes de agosto, dejando atrás el pueblo, llegamos a la dehesa cabalgando sobre nuestras bicicletas. Tras esconderlas en el bosque, nos dispusimos a llevar a cabo un nuevo ataque. Como de costumbre, situados tras los zarzales, aguardamos de rodillas preparando la munición. Después de media hora de espera comenzó a escucharse a lo lejos el motor de un vehículo. Aquel primer coche, al que tan sólo mi primo Eloy y yo le dimos de refilón, continuó su camino con total indiferencia. Al segundo, unos diez minutos después, ninguno conseguimos darle. El tercer coche, acercándose a gran velocidad, no parecía presa fácil, pero como por arte de magia, las boñigas surcaron el aire y casi todas fueron a dar en el parabrisas del automóvil. Este, efectuando un par de bruscos bandazos, terminó por adentrarse en una tierra de patatas dando cuatro o cinco vueltas de campana que fueron acompañadas de un gran estruendo y una enorme polvareda. Todos los niños corrimos a ocultarnos en el bosque. Una vez allí, con nuestras bocas entreabiertas pero sin decir ni una palabra, cruzamos nuestras miradas para desviarlas después hacia la tierra de patatas. Fue entonces cuando la atmósfera del bosque se impregnó del olor a excremento que desprendían nuestras manos.
Pintura de Seonna Hong
2 comentarios:
Pues me parece estupenda la decisión que has tomado, pero además déjame que te pase la dirección de la revista de internet Narrativas literarias, donde estoy segura que estarán encantad@s de subirlos.
Lo tengo enlazado en cultura. Echa un vistazo y tú decides.
La historia que has subido me ha encantado, en especial el estilo tan personal que tienes, algo que percibí la primera vez que entre a este blog.
Buena idea, sigue, sigue subiendo historias.
Gracias, Marta, por tus palabras
y por hablarme de Narrativas, conozco la revista y la visito de vez en cuando. Lo pensaré con detenimiento.
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