lunes, 20 de octubre de 2008

Tras decir que sí


Gran ola de Kanagawa, grabado de Katsushika Hokusai (1760-1849)



Me gustaría decir que no fue para tanto. Decir que el pozo séptico de la masía en la que viven mis padres, este año no estaba tan sucio como otros años, que lo limpié en un periquete. Pero no voy a mentir. Y No daré más detalles. Ni a mi peor enemigo (por cierto, se llama Damián) le contaría los detalles de tan repugnante episodio. Quedó limpio y ya está. Eso sí, está noche he tenido la primera de una serie de pesadillas en las que un hedor descomunal es el protagonista.

En el sueño me encontraba en la playa, tumbado sobre la arena. Todo era maravilloso. Una ligera brisa acariciaba todo mi cuerpo. El sol calentaba mi piel con su dulce luz. Cerca, unas chicas con unos bikinis diminutos, jugaban con alegría al voleybol. De vez en cuando la pelota se les escapaba e iba a parar a mis pies. Entonces yo la cogía y se la lanzaba. Ellas me sonreían y yo volvía a tumbarme. Pero, de pronto, en el agua se oían gritos. Me levantaba de un salto y echaba a correr hacia la orilla. Unas cuantas personas nos agolpábamos allí mientras veíamos como alguien agitaba sus brazos y gritaba socorro y gritaba ya está aquí, ya viene. Era como en la película Tiburón de Steven Spilberg. Entonces yo me echaba al agua y nadaba hacia donde se encontraba la persona que gritaba socorro y gritaba ya está aquí, ya viene, y al llegar allí podía ver como una ola gigante se acercaba a gran velocidad. Una ola que iba creciendo hasta que ocupaba todo el horizonte visible. Y era una ola llena de basura y en su cresta podían verse latas, plásticos, cartones, y todo tipo de objetos habituales en cualquier vertedero. Entonces miraba a la persona que gritaba socorro y gritaba ya está aquí, ya viene, y se había transformado en Neptuno pero su cara era la de mi padre. En aquel momento me daba cuenta de que tenía que salvarle y me lo echaba al hombro y nadaba y nadaba y nadaba y nadaba y nadaba, pero cada vez sentía más y más cerca un hedor descomunal que nos perseguía.

Cuando aquel hedor se hizo insoportable hasta el punto de sentir que mis pulmones se negaban a tragar el aire putrefacto que desprendía la ola, me desperté.




La novena ola (1850), pintura del ruso Ivan Aivazovski (1817-1900)

2 comentarios:

entrenomadas dijo...

Jo, qué nochechita.
Oye, ¿no habrás tomado setas?, lo digo porque ahora es la temporada y por la noche sientan mal, muy mal.
Aunque a mí me encantan.

Me he reído un montón con "tu sueñopesadilla". Has pasado de ser un tranquilo "vigilante de la playa" a inquilino de una peli de terror, eso sí, con tintes ecologistas.

Descansa y duerme. La ciudad está limpita.


Kisses,

M

ÁLEX NORTUB dijo...

Me gustan las setas. Los rovellones, los boletus, los champiñones, los cantarellus cybarius... Pero no he comido setas ultimamente.

Me alegro de que te hayas reído con el texto.

Descansaré y dormiré.