jueves, 23 de octubre de 2008

Un claro en el bosque

Pintura realizada por Maruyama Okyo (Japón, 1733-1795)


Hay un claro en el bosque. Corre el año 1795. Una mañana, el pintor japonés Maruyama Okyo ve a lo lejos un enorme tigre que duerme en mitad de ese claro del bosque. En el mismo instante en que se fija en el animal, sabe que debe atraparlo. A Maruyama Okyo le encanta atrapar con sus pinceles todo aquello que le emociona. Pero no se conforma con una simple copia de la realidad. Necesita ir más allá. Sentir que lo que pinta cobra vida en la tela. Y para ello debe estar lo más cerca posible, escuchar la respiración del tigre mientras lo retrata, oler su anaranjado pelaje. Así que, con esmerada lentitud, se aproxima al animal. Cuando se encuentra a unos diez metros no le parece suficiente. Avanza otros cinco y tampoco se queda contento. Por fin planta su caballete a dos metros del enorme felino y se dispone a retratarlo.

Al principio su miedo hace que construya pinceladas temblorosas. Pero poco a poco va olvidando ese miedo hasta olvidarse de si mismo. En ese estado, entre la concentración y la inexistencia, Maruyama Okyo pinta con absoluta destreza. Pasa media mañana trabajando hasta que, dando siete pasos atrás, observa conmovido la tela y cree ver en ella la mejor de sus pinturas. Es entonces cuando el tigre se despierta. Observando de reojo a Maruyama Okyo, se levanta. Tedioso, estirando sus patas delanteras, bosteza haciendo una exhibición de sus feroces colmillos. A continuación comienza a dar vueltas alrededor de Maruyama Okyo. Este, pensando en que gracias a la pintura del tigre será recordado como el gran pintor de su época, cierra sus ojos. Y así, sumido en la oscuridad de sus párpados mientras sueña con la inmortalidad de su última obra, se entrega a los brutales zarpazos de la bestia.

Horas más tarde, al anochecer, en el claro del bosque, dos cazadores de tigres encuentran la última pintura de Maruyama Okyo. La observan con indiferencia durante un brevísimo instante. La noche se presenta gélida. Sin titubeos, utilizan el cuadro y el caballete para hacer una hoguera.



1 comentario:

Anónimo dijo...

El cuadro genial, el cuento bestial.