Debí haber dicho que no. Pero no me lo pensé dos veces y dije que sí. Tal vez hubiese sido mejor mentir. Debí haber dicho que tengo una gripe espantosa, o que el lumbago ha vuelto a castigar mi espalda, incluso debí haber inventado un accidente de coche y una aparatosa fractura en cualquier parte de mi cuerpo, ya sea en el cráneo, en la clavícula, en el fémur o el peroné. Pero al decir que sí, que podré hacerlo, que no habrá el menor problema, he vuelto a caer un año más en la misma trampa. Y pronto me encontraré de nuevo en ese lugar que tan poco me gusta haciendo eso que tanto odio y pensando una y otra vez que debí haber dicho que no. Debí haber dicho que no tengo tiempo, que últimamente ando muy pero que muy liado, pero que liadísimo, que no veo el momento de llevarlo a cabo. En definitiva, que no estoy disponible ni lo estaré en los próximos meses. Debí haber dicho que ya va siendo hora de contratar a un especialista para que no tenga yo que verme envuelto en estas truculentas historias que después me producen pesadillas. Sí, pesadillas. Pesadillas que suelen durar meses. Pesadillas en las que un hedor descomunal es el protagonista.
Debí haber dicho que no, debí haber dicho que no, debí haber dicho que no. Pero dije que sí, y, muy a mi pesar, soy un hombre de palabra. Así que este domingo, un año más, el pozo séptico de la masía en la que viven mis padres quedará limpio de las heces que siempre terminan por obstruir la tubería principal.
(La Fontaine, precioso ready-made de Marcel Duchamp, 23,5 x 18 cm, altura 60 cm, Milán, Colección Arturo Schwarz)
3 comentarios:
Debiste decir que no.
No es por incordiar, pero debiste decir que NO.
Anda, intenta repetir conmigo un NO rotundo y todo eso.
Sí, sí, sí, lo sé. La palabra era NO. Era NO. Debí haber dicho que NO. NO, no, no.
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