domingo, 28 de diciembre de 2008

Un gran temor

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Raro es el día en que no temo ser engullido por el silencio. La verdad es que siempre, desde mi más tierna infancia, he temido ser engullido por el silencio. Es por esto que mi aparato de música casi siempre está en funcionamiento. Me levanto y pongo música. Desayuno con música. Me ducho con música. Durante el día, si estoy en mi hotel, entre cuatro paredes, pongo música a todas horas. En plena naturaleza la cosa cambia, allí no temo ser engullido por el silencio. No lo temo porque en plena naturaleza el silencio no existe. Siempre se escucha algún ruidito por pequeño que este sea. El canto de un pájaro, el canto de un grillo, el canto del viento, el canto de las hojas al desprenderse de las ramas de los árboles, el canto de un dicharachero arroyo, el canto, en definitiva, de la naturaleza. Pero en mi hotel, entre estas cuatro paredes, temo ser engullido por el silencio. A sí que me da igual escuchar a Bob Dylan o a Leonard Cohen, a Bach o a Shostacovich, a los MC5 o a los Clash, a John Zorn o a Tom Waits, a Pascal Comelade o a Ennio Morricone, a Nacho Vegas o a Sr. Chinarro, a Los Chichos o a Los Chunguitos, a King Crimson o a Brian Eno, a Johnny Cash o a Roy Orbison, a Cheika Rimitti o a Ravi Shankar, a Agustín Lara o a Chavela Vargas, a Radiohead o a los Pixies, a Erik Satie o a Stravinsky, a Franco Battiato o a Jaques Brel, a Lou Reed o a David Bowie, a Thelonious Monk o a John Coltrane… Me da exactamente igual, lo importante es no ser engullido por el silencio. Así que, alguna que otra vez, cuando de pronto me doy cuenta de que se ha acabado el disco y la música lleva unos minutos sin sonar, me pongo muy nervioso y cojo otro disco al azar y raudo y veloz lo cambio por el que se ha terminado y, casi siempre, suene lo que suene, el disco que sea, cuando la música vuelve a resonar entre estas cuatro paredes y siento que me alejo de las devoradoras fauces del silencio, soy feliz.

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Balthus: La lección de guitarra (1934)

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Edouard Manet: El guitarrista español (1860)

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Jan Vermeer: La lección de música (1663)

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5 comentarios:

Beatrice dijo...

Pues yo al revés, adoro el silencio y me molesta todo lo estridente, vivo apagando las radios y cerrando las ventanas...
¿por qué será?

puri.menaya dijo...

Generalmente no soy consciente del silencio, debe ser que mi cabecita siempre pensante lo llena con su voz... A veces pongo música de fondo y no me doy cuenta de cuando dejo de escucharla, cuando termina no me entero y el aparato se queda encendido toda la mañana sin sonar...
Pero es hermoso llenar el silencio con buena música y disfrutarla.

39escalones dijo...

Comparto esa sensación. Incluso para estudiar necesito escuchar música. A ser posible, buena.
Saludos y feliz año.

Anónimo dijo...

Hace un año o más... dejé de conocer el silencio como lo conocía. Siempre escucho música además de la música. Pero la música interior armoniza extraordinariamente con la Naturaleza y también lo hace con la Gran Fuga de Beethoven. ¿La conoces?

Saludos.

Anónimo dijo...

La música puede ser un silencio disfrazado y presto a engullirnos armónicamente.

Tampoco me fiaría